Hace
años, cuando tenía que cubrir profesionalmente los viajes del presidente del
Gobierno, comenté a
Felipe González, a bordo de un avión que le llevaba, junto
con los periodistas, a Filipinas, si él creía que su Gobierno estaba siendo
simpático con los españoles. Mi miró extrañado, como si le hubiese preguntado
una impertinencia. Una extrañeza que se hizo extensiva también a
Aznar y a
Zapatero, a los que, bajo diversas formas, en algún momento les pregunté más o
menos lo mismo. Entiendo que
Calvo-Sotelo era falsamente hierático, González
fue algo prepotente a veces, Aznar decididamente antipático y Zapatero estaba
nerudianamente como ausente. Nada que ver, ninguno de los tres, por supuesto,
con la arrolladora simpatía cercana de
Adolfo Suárez.
Así
hemos llegado hasta Mariano Rajoy, que, sin ser prepotente ni propiamente
antipático, extrema su lejanía respecto del ciudadano, y no digamos ya respecto
de los medios de comunicación. El problema radica, a mi entender, en que, no
siendo ni lo primero (prepotente) ni lo segundo (antipático 'avant la lettre'),
ni (demasiado) hierático, se empeña a veces en parecerlo, mientras acentúa las
distancias, que no significan, entiéndame usted, aquellas ausencias mentales de
la etapa zapateril. No; las distancias de Rajoy son físicas.
Quiero
decir que con esa ley de seguridad ciudadana, o permitiendo que los vigilantes
privados te detengan por la calle, o tolerando que 'su' directora general de
Tráfico diga que a los de más de cuarenta años les someterá a nuevos exámenes
de conducir -inútil el desmentido posterior: el mal ya está hecho--, o
incrementando las multas y los impuestos (por supuesto, sin reconocerlo)...pues
qué quiere que le diga, amable lector: con todo eso no se aumenta precisamente
la popularidad ni de un Gobierno ni la de un gobernante. Y menos con tres ministros,
tres (
Gallardón, Wert, Montoro), sometiendo a ocasionales duchas escocesas,
cuando no a provocaciones descaradas, al viandante, a quien se ve únicamente
como contribuyente, y no como persona. Y aún menos cuando el propio presidente
tampoco es que extreme sus gestos de cariño hacia el hombre de la calle.
Pienso
que el actual Ejecutivo del PP habría de considerar que somos nosotros, los
mismos que afrontamos multas excesivas o/y estamos sometidos a una continua
inseguridad jurídica, quienes elegimos y pagamos a nuestros representantes. Y
que, como creo recordar que ya tuve ocasión de decirle a González, a veces nos
merecemos una sonrisa, aunque sea forzada, reflejada en el rostro del
gobernante. Y tampoco importa que esa sonrisa quede ocasionalmente plasmada en
el Boletín Oficial del Estado, si no es mucho pedir.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>