Ideas para regenerar la justicia española desde el punto de vista de la modernización
lunes 09 de diciembre de 2013, 09:13h
Desde
hace ya muchos años las diferentes administraciones con competencias en materia
de administración de justicia vienen haciendo un importante esfuerzo
presupuestario para dotar a este servicio público esencial de los medios necesarios
para su adecuado funcionamiento.
Basta
echar un vistazo a los últimos datos estadísticos dados a conocer por el
Consejo General del Poder Judicial, para comprobar que en toda España se
destinaron en 2012 más de 3.300 millones de euros para el funcionamiento de la
administración de justicia. No es una cifra desdeñable, desde luego, pero a
pesar de ello dicho presupuesto apenas representa el 0,32% respecto al Producto
Interior Bruto, y el número de jueces y magistrados por cada 100.000 habitantes
se sitúa en 10,9, lo que supone la mitad de la media de los países del Consejo
de Europa, cifra absolutamente insuficiente para soportar
con garantías la entrada de 9 millones de asuntos anuales.
Muy
probablemente, la ausencia de una mayor inversión pública para el sostenimiento
de la Administración de Justicia y la consiguiente falta de los recursos
personales y materiales de los que precisa sea una de las principales razones
que explican que, según algunos de los más acreditados sondeos de opinión, el
65% de los españoles considere que la Administración de Justicia española
funciona mal o muy mal, porcentaje nunca visto hasta ahora.
Se podrán
hacer multitud de interpretaciones para valorar esta cruda realidad, pero lo
bien cierto es que la
ciudadanía tiene una mayoritaria mala opinión sobre cómo funciona la justicia
en este país. Y por eso es necesario que desde todas las instituciones
competentes en esta materia se trabaje aún con mayor intensidad para cambiar
esa negativa percepción.
Ante esta
evidencia conviene detenerse a reflexionar y hacer un análisis de la situación
actual, valorar en su justa medida los avances experimentados, aprender de los
errores cometidos y adoptar con decisión nuevas medidas que corrijan las
deficiencias de nuestro sistema de justicia removiendo, si es preciso,
estructuras y conceptos que han demostrado su ineficacia a lo largo del tiempo.
En mi
opinión, para modernizar nuestra Administración de Justicia y conseguir que el
ciudadano la perciba como un servicio moderno, ágil, próximo y eficaz, es
preciso avanzar en una triple dirección, impulsando los cambios organizativos,
procesales y tecnológicos que resulten necesarios para alcanzar estos objetivos.
Se trata de un conjunto de medidas incluidas en el Plan de Modernización de la
Justicia, aprobado por el Consejo General del Poder Judicial en el año 2008 y
que se encuentra en plena fase de desarrollo.
Desde el
punto de vista organizativo, hay que continuar con el proceso de implantación
en toda España de la nueva Oficina Judicial, organización de carácter
instrumental que sirve de soporte y apoyo a la actividad jurisdiccional de
jueces y tribunales. Su esencia radica en una nueva distribución de funciones entre
los jueces y los secretarios judiciales y permite al juez centrarse en la labor
jurisdiccional que tiene asignada, que no es otra que juzgar y hacer ejecutar
lo juzgado, descargándole de todas aquellas tareas procesales y organizativas
que hasta ahora venía desempeñando y que, con el nuevo sistema, pasan a manos
de los secretarios judiciales como directores de los servicios comunes
procesales.
También es
necesaria una profunda revisión de la actual planta y demarcación judicial,
cuyo modelo guarda, todavía hoy, estrecha similitud con la demarcación
histórica vigente cuando se promulgó la Ley Orgánica del Poder Judicial de
1870. Las circunstancias sociales, económicas y demográficas que en su día
sirvieron para trazar el mapa judicial español han variado notablemente. Hoy en
día, las facilidades para los desplazamientos y el uso generalizado de las
nuevas herramientas tecnológicas hacen innecesario que todos tengamos un
juzgado a la puerta de casa, porque la calidad de un servicio público ya no se
mide en distancias, sino en tiempos.
La idea
de una Administración de Justicia próxima al ciudadano se contempla hoy desde
otra perspectiva, porque estamos en un mundo globalizado en el que más que
"dónde" importa "cuándo" y "cómo" se resuelve un asunto, y donde el ciudadano
exige una rápida respuesta judicial, no siendo ya la distancia el único
elemento a tener en cuenta. Es necesario, por tanto, evitar en la medida de lo
posible una excesiva dispersión de los medios personales y materiales puestos
al servicio de la justicia y apostar por la vía de la concentración, superando
el desfasado concepto actual de partido judicial.
Por otro
lado, los Tribunales de Instancia están llamados a sustituir a los
tradicionales juzgados unipersonales, que pasarán a agruparse en un único
tribunal de carácter provincial, dotado con el número de jueces que sea preciso
y con una oficina común que ofrezca cobertura a todos ellos.
Esta
nueva organización de la primera instancia judicial va a contribuir a mejorar
la calidad de la respuesta judicial, permitiendo una mayor homogeneización de
criterios y facilitando las sustituciones entre jueces profesionales, al mismo
tiempo que posibilitará una gestión más eficaz de la oficina que les asista. De
esta manera, los Tribunales de Instancia constituyen el adecuado complemento al
proceso de implantación de la Nueva Oficina Judicial.
En cuanto
a la adopción de medidas de carácter procesal, hay que seguir explorando la
incorporación a nuestras leyes procesales de nuevas medidas que permitan agilizar
al máximo la tramitación de los procedimientos judiciales, lo que reducirá los
tiempos de respuesta y contribuirá a reforzar el ejercicio del derecho a la
tutela judicial efectiva, y sobre todo hay que profundizar en el desarrollo de sistemas alternativos de
resolución de conflictos que ayuden a reducir las inasumibles tasas de
congestión, pendencia y litigiosidad que lastran el buen funcionamiento de
nuestros tribunales.
Tradicionalmente,
los conflictos que surgen en las relaciones interpersonales han sido resueltos
a través del proceso judicial. Sin embargo, esta solución ya no es la única
alternativa posible, sobre todo porque nuestra Administración de Justicia no es
capaz de resolver, en un tiempo razonable, todo lo que se le plantea. Es la
constatación de esta realidad la que ha obligado a acudir a otras formas de
resolver las controversias, como la mediación, el arbitraje y la conciliación, que
se revelan como remedios eficaces en la lucha contra la masificación que
padecen nuestros tribunales.
Sin
embargo, la puesta en marcha de las medidas apuntadas y de otras muchas que
devienen igualmente necesarias, parte necesariamente de una premisa
irrenunciable, sin la cual todos los intentos por transformar nuestro sistema
de justicia serán en vano. Me refiero a la necesidad de apostar por el uso
generalizado de las nuevas herramientas tecnológicas como instrumento para facilitar
el acceso de los ciudadanos a la justicia y lograr la tan ansiada
interoperabilidad informática, que permita a los órganos judiciales
intercambiar información en tiempo real. La implementación del expediente
judicial electrónico, con la consiguiente tramitación telemática de los
procedimientos y la progresiva desaparición del papel, son una meta hacia la que
deben dirigirse los esfuerzos de las instituciones competentes en materia de
justicia.
La
agilización de la justicia y su modernización tecnológica debe ser una
prioridad para un Estado de Derecho como el nuestro. El objetivo último debe ser lograr una verdadera Administración
de Justicia única en todo el territorio nacional, sirviéndonos de las nuevas
tecnologías, de manera que podamos hablar de un único sistema de información
judicial.
Para
alcanzar este resultado final hay dos opciones: o bien conseguimos que los
distintos sistemas de información procesal existentes en la actualidad puedan
realmente interconectarse entre ellos y se posibilite un rápido acceso a la
diversidad de sus respectivas bases de datos; o bien se acomete el desarrollo
de una única aplicación que permita la tramitación electrónica de los litigios
igual en todo el territorio nacional, con acceso y volcado de datos a bases de
datos únicas. No importa cuál sea la solución, pero resolver este problema
requiere la adopción de decisiones que no admiten más demoras.
Vivimos
tiempos de incertidumbre y de dificultades económicas, en los que a veces
sobresalen conductas poco ejemplares de algunos responsables políticos y donde
muchos ciudadanos han perdido su confianza en las instituciones. En estos
tiempos difíciles, la justicia se configura como el último baluarte que
garantiza los derechos y libertades de las personas y como una herramienta de
extraordinario valor en la tarea de recuperar esa confianza perdida y facilitar
la salida de la crisis económica.
Sabemos
qué problemas aquejan a nuestra justicia y conocemos cuáles son las medidas
adecuadas para ponerles solución, pero resulta imprescindible alcanzar un firme
compromiso de todas las instituciones implicadas para poner a su disposición todos
los recursos que necesita, y hacer de su inaplazable mejora una verdadera
cuestión de Estado.
[*] Fernando
de Rosa Torner es magistrado y acaba de finalizar su mandato como Vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ)