Los sondeos siguen mostrando
el desgaste del Gobierno (y de la oposición, claro). Y el relato de lo que cada
día nos ocurre aquí y ahora también deja bastante claro que existen disfunciones
que solamente el Fontanero mayor, que parece que anda como remiso a acudir a
arreglar las cañerías, podría solucionar. O sea, que es un clamor la necesidad
de proceder a una remodelación del Ejecutivo que preside
Mariano Rajoy. Pero él
parece decidido a batir el récord de
Aznar, que permaneció dos años, ocho meses
y trece días sin cambiar a un solo ministro. Y, al fin y al cabo, a Rajoy le
faltan aún un par de semanas para llegar al segundo aniversario de su entrada
en el principal despacho de La Moncloa.
Crece la sensación de que
nada se mueve en los despachos oficiales más allá de los emplastes
imprescindibles, de que no hay política. Este viernes llegaremos a soplar
treinta y cinco velas colocadas sobre el pastel de la Constitución, de cuya
reforma el Gobierno, o al menos, Mariano Rajoy, nada quiere oír hablar: he
escuchado al presidente decir que el texto constitucional, tal como está, es
válido para otros diez años. Y, lamento decirlo, pero esto simplemente no es
así: fíjese usted que, por poner tan solo un ejemplo anecdótico, nuestra ley
fundamental sigue hablando del servicio militar obligatorio. Y no le digo nada si
usted tiene la paciencia de releer el Título VIII, dedicado a la marcha del
Estado autonómico: es una normativa para salir de un centralismo autoritario,
inválida tres décadas y media después, con la que ha caído en materia de
avances tecnológicos, modificaciones de costumbres sociales, cambios en la
marcha de Europa y caída del muro de Berlín, introducción y pasión del euro...
y un largo etcétera.
Dicen que los países que no
son capaces de adelantarse a su futuro acaban siendo estados fallidos. No diré
yo tanto de este gran país llamado España, pero debo admitir que me da la
impresión de que al menos la estrategia de dejar que los problemas se pudran
por sí solos sí está siendo fallida. O, al menos, muy arriesgada. Porque la
realidad contradice todos los días el mensaje de calma chicha que se nos
transmite desde los despachos oficiales. Ahora mismo, tenemos a un ministro del
Interior con riesgo de enfrentarse con la calle (ya lo ha hecho, por cierto,
con el Gobierno vasco, de manera innecesaria); a un ministro de Justicia
enfrentado con su sector profesional; a un ministro de Industria, enfrenado con
las eléctricas (y con el ministro de Hacienda); a un titular de Educación
enfrentado con profesores y alumnos de toda suerte y condición; a una ministra
de Trabajo que no sale a dar la cara para explicar en qué va a consistir eso de
la segunda reforma laboral, teniendo que dejar ese trabajo a su colega de
Economía y a campañas publicitarias; a un ministro de Economía enfrentado, por
el regulador, a la Banca; a una ministra de Sanidad a la que los sanitarios no
reconocen...
Dígame usted, amable lector,
si caben más incendios. Pero 'Moncloa locuta, causa finita': ya nos
han dicho que los ministros, todos los ministros, se tomarán el turrón en el
cargo. Y que, si de Mariano Rajoy depende (que sí, que de él depende), no habrá
remodelación en toda la Legislatura. Verá inscrito, entonces, su nombre y el de
sus ministros en el libro Guinness de los records, enorme hazaña, mientras el
bosque se va quemando, árbol o árbol. No importa, porque a los socialistas les
va peor, te dicen, en un arranque de sinceridad, algunos altos cargos conocidos
de tiempo ha. Nerón tocaba la lira cuando las llamas devoraban Roma. Dicen que
no es cierto que él provocase la catástrofe: simplemente, dejó hacer a quienes
la provocaron, absteniéndose de actuar. Pues eso.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>