Estamos en pleno proceso
revolucionario, creo. Comprendo que la palabra 'revolución' suscita ecos
indeseables en muchos oídos: en los de los muchos poderes instalados y en los
de no pocas personas de buena voluntad para las que los cambios, y más aún el
Cambio con mayúscula, representan más inconvenientes, fastidios y temores que
ventajas y esperanzas. Así, la mejor revolución es la callada, la que apenas se
nota, lejos de estridencias, pero que va calando, de manera imparable, en el
cuerpo social. De manera que, un buen día, te levantas y compruebas que el
mundo, a tu alrededor, ha cambiado. Que, digan lo que digan los poderes y hasta
la mayoría silenciosa, tan utilizada por unos y por otros, hay muchas cosas que
ya no son lo mismo.
Pienso que España está
viviendo uno de estos períodos revolucionarios callados, que bien podrían ser
confundidos con una evolución. Pero no. Esto va mucho más rápido. Hay cosas que
no soportan más, desde algunas estructuras políticas y territoriales -que eso
no es poca cosa-hasta un 'statu quo' social y económico que de ninguna manera
puede sustentarse más en la desigualdad, en diez millones de mileuristas y en
seis millones de parados, aunque sean parados oficiales y algunos sean
'redimidos' -oh, Dios mío-por una economía sumergida cada vez, claro está, más
floreciente y corrupta.
--El 'círculo de
hierro' oficialista--
Desde hace casi dos años,
recorro España en un inmenso viaje que -perdón por personalizar-me ha cambiado
la vida. Es el programa 'Emprendedores 2020' y su traducción estudiantil,
'Educa 2020'. Habitualmente, los periodistas veteranos, como ocurre con los
políticos, apenas tratamos con colegas, con fuentes, con instituciones. Y, así,
hemos creado un inmenso círculo en el que políticos, periodistas, representantes
de instituciones, sindicalistas, personajes del Ibex y deportistas de elite,
nos encontramos, nos reconocemos, establecemos nuestras propias reglas de
convivencia, de concordancia, de disidencia, unos con otros. Y hemos dejado
fuera al resto del país, a esa sociedad civil, tan débil, a veces tan
inconsciente de su poder. Pero que ahí está, en otras ocasiones pujante,
luchando por sobrevivir, queriendo hacerse oír en medio del marasmo oficial y
oficioso, tratando de no ser aplastada por una superestructura política,
mediática, institucional, económica, que dice hacer todo por el pueblo. Pero,
desde luego, sin el pueblo.
Ya digo que hace dos años que
mi vida, merced a los azares profesionales, va cambiando. Hemos recorrido
treinta mil kilómetros, entrevistado a seis mil quinientos emprendedores, nos
hemos encontrado, con el programa 'Educa', con más de un millar de estudiantes
en Madrid, Gijón, Córdoba, León, Salamanca, Cuenca, Ciudad Real, en los
próximos días Vigo, Las Palmas...Y lo que nos queda.
Hemos dado ya dos, tres,
vueltas casi completas a la piel de toro, por tantas ciudades del país, en
busca de casos de emprendedores con los que poder elaborar crónicas 'desde la
base', y un libro recién presentado, en medio de un indudable éxito
multitudinario, '¿Puedo montar mi propia empresa? Ellos lo consiguieron'. Estos
viajes en busca de crónicas con personajes anónimos, pero ejemplares, me han
hecho ver algo obvio, pero que nos negamos a admitir con todas sus
consecuencias: que existe vida más allá de la vida oficial, oficiosa,
institucional, que hay verdades más allá de las verdades mediáticas, que hay
noticia más allá de los titulares al uso.
--La 'revolución de las
gentes corrientes'--
Y esa, que se está
produciendo en las mentes de la 'gente de la calle' mucho antes que en los
despachos que dicen representar a la ciudadanía -aunque las encuestas digan muy
otra cosa--, es la revolución desde las personas 'corrientes' que está calando
en todo el país: esa 'gente de la calle' resulta que emprende tratando de hacer
realidad sus sueños, más allá de los grandes conflictos de las multinacionales,
mucho más allá del absurdo lenguaje metapolítico en el que nunca se dicen las
cosas claramente, muchísimo más allá del inmovilismo sindical, al que la
palabra 'emprender' provoca irisipela y que permanece ajeno al gran debate
subterráneo sobre las nuevas, inevitablemente nuevas, formas del mercado de
trabajo.
En este recorrido por España,
en el que visito no pocas aulas universitarias, he visto la aceptación, no siempre
resignada, de ese debate entre la posibilidad de que se creen 'part jobs'
frente a los 'no jobs' con el que actualmente se encuentran nuestros jóvenes,
tantas veces forzados a una emigración que no desean. He comprobado el desdén
hacia las consignas anticuadas en un país que se reclama moderno, de 'marca
España' , un reclamo que casi nunca se ajusta a lo cierto. He asumido que el
alejamiento de eso que ha dado en mal-llamarse 'clase política' -un término que
tanto indigna a la 'clase política'-es general, absoluto, completo.
Decía el ahora, en esta época
de 'memorias' que certifican que una era se ha cerrado, tan recordado
Adolfo
Suárez, que había 'que hacer políticamente normal lo que a nivel de calle era
normal'. Pienso que, en esta segunda transición en la que, guste o no, estamos
embarcados, hay que volver a esa tarea, a -sigo con Suárez-arreglar las
cañerías sin por ello dejar de dar agua, a reparar leyes -electorales, de
partidos, la propia Constitución-que se nos quedan pequeñas. La tarea de un Gobierno
que quiera pervivir en la memoria de la Historia, y no meramente en los
despachos ministeriales y en La Moncloa, es la de asumir esa muy callada
revolución que se está operando en el cuerpo social, que viene, ya digo, desde
abajo. Parafraseo al asesor de
Clinton que popularizó la frase '¡es la
economía, estúpido!'; esto de ahora es '¡la revolución, estúpido!'. Que no es
ni la indignada, ni la perroflauta, ni la pasota, ni predica violencia o
extremismo alguno. Más vale por tanto, unirse a ella, dándole rango de
normalidad política, como quería el gran Suárez, no vaya a ser que esta
revolución acabe triunfando, y nosotros, sin enterarnos.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>