Cuando
falta la información clara, veraz y, más que nada, fidedigna -digna de
crédito--, florece siempre el rumor. Hay rumores para todos los gustos
en torno al Gobierno, rodeado de silencios -no, no basta con que los
ministros vayan a desayunos y almuerzos con medios informativos, aunque
menos es nada--: demasiados encuentros secretos, demasiada confusión,
excesivos desplantes a los periodistas. No hay sino que entrar un día al
Congreso de los Diputados, situarse en el pasillo donde los
informadores aguardan la entrada de Sus Señorías y comprobar cómo la
mayoría de los parlamentarios entra, altiva, sin mirar siquiera a
micrófonos y cámaras, excepto, claro, cuando les interesa. O llamar a
determinados gabinetes de comunicación, en teoría encargados de
canalizar las relaciones con los chicos de la prensa, pero sumidos
tantas veces en el 'no sabe, no contesta'.
Es
uno de los vicios tradicionales de la relación de la Administración con
los administrados: del 'vuelva usted mañana' hemos pasado al 'mejor no
vuelva nunca', porque todo te lo solucionan a través de Internet (lo
que, como usted, amable lector, bien sabe, nunca es verdad) o porque
basta con llamar a un teléfono de esos automáticos para que tus dudas
queden solucionadas de inmediato (suele ocurrir todo lo contrario, eso
sí, después de perder un considerable tiempo aguardando a que el
teléfono en cuestión deje de comunicar). España es el país del 'no'. Y,
cuando preguntas por las razones de ese 'no', la respuesta es siempre la
misma, con dos disfraces: 'hombre, esto no se ha hecho nunca', te
responden a cualquier propuesta. A veces, para variar, la contestación
adquiere otra forma: 'hombre, esto siempre se ha hecho de este otro
modo'. Así que nada.
Bueno,
pues esa filosofía de falta de respeto al administrado es la que se
impone también a las relaciones del informador con el informante. Y,
así, en la España del 'no', los rumores surgen como hongos. Lo último
que escuché en las últimas horas fueron una serie de especulaciones
absurdas acerca de las 'verdaderas razones' de la suspensión del viaje
del Príncipe a Brasil: nadie parecía creerse que se debía a una simple
avería del avión. Y eso que hay que reconocer que la 'nueva'
transparencia en La Zarzuela debería ser motivo de envidia para
gobiernos, instituciones, políticos y hasta para no pocas empresas. Pero
ya se ve que la confianza de los ciudadanos en sus representantes es
perfectamente descriptible; demasiados años de maniobras orquestales en
la oscuridad, supongo.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>