domingo 24 de noviembre de 2013, 10:13h
No
sé si lo enseñan en las escuelas de negocios con áspera frialdad, o es algo
atávico con un punto de predestinación hacia lo agónico, o es un fluido que
sale de los textos de acero de Milton Friedman, dios friático de este
liberalismo absolutista de inmoralidad económica y becerro de oro, no sé si es
solo dejadez de gestores públicos incompetentes hasta la médula, o quizá echar
las cuentas a unos años, muchos años, en los que el Estado
cogía la bandera de la justicia social, yo qué sé, igual es un poco de todo,
pero dejar morir las cosas se ha convertido en uno de los sistemas más
preclaros de gobernar.
Y ojo, que no justifico el derroche del final de esa
etapa (en el que incurrieron los dos partidos, solo hay que fijarse en Valencia
o Madrid), pero vencer a un virus no es quemar la aldea con la gente dentro,
sino encontrar el antídoto para dominarlo. La solución no es dejar que unas
cosas y otras se mueran mientras la sociedad se empobrece, generaciones se
angustian, aumentan los pobres entre la clase media y baja, la gente del pueblo
se acostumbra a no permitirse una ilusión, y el sacrosanto consumo no despega
porque casi todo el mundo tiene miedo de algo.
Dejar morir no puede ser la solución. Dejar
morir la T-4, dejar morir la sanidad pública, la educación pública, dejar morir
las cámaras de comercio, las ayudas al buen cine, las bibliotecas, las
asociaciones juveniles, deportivas, equipos de balonmano, de baloncesto, que no
encuentran en el sector público un mínimo apoyo para subsistir con lo mínimo. Y
que conste que el derroche no fue en la cultura ni en la educación ni en la
sanidad (al margen de que se necesitara mejorar la gestión), pues estábamos en
ratios inferiores a los países desarrollados europeos. El derroche fue en el
sistema financiero (las cajas al frente), en el ladrillo y en la megalomanía política
de obras públicas innecesarias, que convirtieron a muchos de nuestros próceres
dirigentes en faraones inabordables.
También hay que pensar que, como la
economía es una ciencia sicológica, la estrategia mediática del gobierno de
satanizar los años de Zapatero, aumentando los errores, ha creado una
percepción social de derribo. Pero sin embargo no son capaces de generar un
discurso de esperanza, porque dejando que muera todo, y que el estado se
esclerotice, se abunda más en el miedo y se hunde más el consumo.
Decía Azorín que el buen
político es el que antepone el bien común a los intereses de partido. Creo que
ese buen político lo vemos poco. Lo dicen las encuestas, la opinión a pie de
calle, el comentario más común en los bares. Necesitamos gestos que se alejen
de la lucha partidaria, y se acerquen a la dura realidad del día a día en la
calle.