Asistí
a la bastante multitudinaria presentación, en el Congreso de los Diputados, del
libro de memorias de
Fernando Álvarez de Miranda, 'La España que soñé;
reflexiones de un hombre de consenso'. Pienso que no se trata de otro libro de
memorias al uso, de los bastantes que estos días proliferan, escritos por
gentes que fueron, sin duda, importantes (
Felipe González, Aznar, Zapatero,
Solbes, Guerra, Bono...), y que aún lo son. Pero todos estos ex, que llegaron a
lo más alto del escalafón político, aún tienen cosas que defender, aspiraciones
que cumplir y trayectorias que maquillar, dicho sea con el menor ánimo
peyorativo posible. Por ello, lo que nos dicen en sus libros debe ser analizado
con pinzas y microscopio: las historias que nos cuentan no forman, por tanto,
parte de la Historia
con mayúscula, porque ellos son aún parte del juego y deben someterse al
maquillaje que imponen los focos.
Y
ese no es el caso del octogenario Álvarez de Miranda, que fue muchas cosas
-presidente del Congreso de los Diputados, entre ellas-, pero en cuyo
currículo político lo más destacado es, a mi juicio, su decisiva intervención
para facilitar el nacimiento de esa Unión de Centro Democrático que pilotó la
transición del franquismo a la democracia (a mi juicio, no demasiado perfecta)
que hoy tenemos. Claro, son muchos los españoles que ya no saben quién era, en
su más profundo significado,
Franco, ni quiénes los que, como Álvarez de
Miranda, desmontaron aquel régimen dictatorial y cruel. Pero a estos últimos
-dos personalidades de la extinta UCD, el actual presidente del Congreso y el
actual ministro de Exteriores, flanqueaban al autor en la presentación-no se
les debe solamente agradecimiento, en lugar del presente semi-olvido; es que
marcan un ejemplo.
Porque
ahora, cuando nos asomamos a lo que yo pienso que es una segunda transición
hacia una nueva realidad democrática, económica, política y social, hay que
tener muy en cuenta aquellos ejemplos aportados por una clase política -
Adolfo
Suárez al frente-que, con valentía, supo romper lo que estaba 'atado y bien
atado' y dar no pocos pasos en una dirección que, durante cuarenta años, se nos
había negado a los españoles.
Creo
que somos muchos los que, ahora y aquí, anhelamos una España como la que
quisieron Fernando Álvarez de Miranda y otros soñadores que aceptaron
encargarse de la marcha del Estado para hacer esa revolución silenciosa que
consiste, como dijo Suárez, en cambiar todas las cañerías mientras levantas
nuevas paredes, y todo ello sin que se te derrumbe el edificio.
Ahora,
nadie quiere, parece, hacer ese cambio de cañerías que comenzaría a modernizar
la casa, nuestra casa: la mera suma de los cambios, sin un gran proyecto moral
regeneracionista en el horizonte, no constituye el gran Cambio que hace tanta
falta como el oxígeno que respiramos. Y, así, la Historia que escribieron
con sus hechos los Suárez, Álvarez de Miranda,
Landelino Lavilla, Oscar Alzaga,
Rodolfo Martín Villa y también, por su lado, los
Carrillo y el
primer Felipe
González, aquel a quien llamaron 'Isidoro', viene ahora, maldita, a golpear
nuestras conciencias, reprochándonos no ser capaces de agarrar el timón con la
misma firmeza de entonces y hacer que el barco vire, lejos de la escollera.
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