martes 19 de noviembre de 2013, 13:38h
El general togado León Herrera llevaba trece meses de
ministro de Información y Turismo, tenía 53 años y el presidente del gobierno,
Carlos Arias Navarro, le había nombrado para sustituir al más liberal Pio
Cabanillas. En la madrugada del 20 de noviembre de 1975 se puso delante de los
micrófonos de Radio Nacional y leyó un escueto comunicado: Francisco Franco
había muerto a las 5,25 en el hospital madrileño de La Paz. España dejaba atrás
44 años de República y Dictadura y se disponía a volver a la Monarquía con un
nieto de Alfonso XIII en el trono. El general que había dirigido el
levantamiento militar contra el gobierno legítimo el 18 de julio de 1936 se
unía en la tumba del Valle de los Caídos, bajo una losa de granito de mil
quinientos kilos, con el hombre que había encarnado y dirigido el fascismo
español hasta el estallido de la guerra civil, José Antonio Primo de Rivera,
fusilado en Alicante ese mismo día, 39 años antes. Un día y un mes que han
resultado singulares en la historia de España y de Europa.
El mismo 20 de noviembre de 1936 muere en Madrid el
leonés y líder del anarquismo hispano, Buenaventura Durruti. Muere en el hotel
Ritz, que se había convertido en hospital de campaña, adonde había llegado el
día anterior desde el frente de la Ciudad Universitaria con un tiro de fusil en
el pecho, apenas unas horas antes del fusilamiento del fundador de la Falange.
La guerra estaba en sus inicios y ya dos dirigentes políticos se convertían en
"mártires" para los seguidores de sus ideas. Nueve años más tarde,
terminada la II Guerra Mundial, comienza en esa fecha de 1945 el juicio contra
los dirigentes nazis en Nüremberg. De allí saldrían hacia la cárcel o hacia la
horca.
Han pasado 75 años desde aquel inicio de la tragedia que
asoló España. La democracia parlamentaria es una realidad en nuestro país. El
fantasma de la sangre y la violencia ha desaparecido. Juan Carlos I reina y los
gobiernos de derecha e izquierda se han sucedido durante treinta y seis años,
con una Constitución que hace aguas en un clima generalizado de decepción y
hastío político, corrupciones económicas y crisis social. El presidente
socialista saliente, José Luis Rodríguez Zapatero ha convocado elecciones para el 20 de noviembre y las urnas dan
la segunda mayoría absoluta al centro derecha en la persona de Mariano Rajoy.
Se abre otro capítulo en la historia en el que la sociedad española va a
asistir, entre la angustia y la
rabia, a un cambio tan profundo y turbulento como el que vivió entre los años
1975 y 1982 con la muerte de Franco, la instauración de la Monarquía, la
legalización del PCE, las primeras elecciones, la redacción y aprobación de una
nueva Constitución, los intentos de golpe de estado por parte de los militares
más nostálgicos del franquismo, la victoria por mayoría absoluta del PSOE con
Felipe González. Siete años que fueron el prólogo de una transformación de
España tan grande que han hecho buenas las palabras de Alfonso Guerra: "
no le reconoce ni la madre que la parió".
Ahora estamos igual: tras siete años de crisis y dos de
gobierno del Partido Popular, a esta nueva España de los recortes y la pérdida
de derechos que se creían sagrados, inmutables y eternos, no la volvemos a
reconocer. No sabemos si habrá que esperar a otro 20-N para que surjan nuevos
cambios. Este de 2013 va a estar protagonizado por una protesta masiva contra
los cambios en educación, la piedra básica del futuro de cualquier sociedad.
Lejos, muy lejos quedaron los actos en memoria del Generalísimo, tanto en la
Plaza de Oriente como en la Basílica del Valle de los Caídos. Los protagonistas
del largo periodo de la Dictadura se van muriendo y para las nuevas
generaciones de españoles de todo signo ese periodo de nuestra historia aparece
como más ligado al siglo XIX que al XX. Se habla de cambiar las reglas de juego
de la democracia pero para evitar su anquilosamiento, para hacerla más
participativa, más acorde con las nuevas tecnologías y los nuevos retos del
siglo XXI, no para volver a las viejas y terribles recetas ideológicas que
asolaron Europa y España.
Los dos grandes partidos que han monopolizado el poder
desde 1977 y que a través de la Ley D'Hont han ido arrinconando a las pequeñas
formaciones que en el inicio de la democracia aparecieron como un sarpullido de
libertad, se encuentran con un desgaste tan formidable que van a ser incapaces
de gobernar en solitario tal y como lo han hecho desde entonces. Estamos a las
puertas de poner en práctica fórmulas inéditas a nivel nacional: bien una gran
coalición de los dos, a semejanza de lo ocurrido en Alemania; bien un gobierno
bicolor que sume la mayoría necesaria en el Parlamento. Pensar en un tripartito
como resultado de los votos en las urnas sería tan peligroso y estéril como lo
han sido en algunas Comunidades Autónomas y algunos Ayuntamientos. Como
curiosidad histórica y metáfora política se les puede recordar a los dirigentes
de los asuntos públicos de hoy que tras el descubrimiento de América y los
agasajos y nombramientos que recibieron por parte de casi todos, un 20 de
noviembre del año 1.500 llegaron a España cargados de cadenas Cristóbal Colón y
sus hermanos por orden del gobernador de las Indias, Francisco de Bobadilla,
enviado por los Reyes Católicos. Fue Isabel de Castilla, que no Fernando de
Aragón quien los perdonó y liberó.