Dice el refrán, algo miserable, que "quien no es revolucionario
a los veinte años, es un egoísta; quien sigue siendo revolucionario a los
cuarenta, es un idiota". No creo que
Rajoy, que este 20-n cumple dos años desde
que ganó las elecciones generales, haya sido revolucionario ni a los veinte ni
a los cuarenta. Ni lo es a sus casi sesenta, claro. Comprendo
que calificar a Mariano Rajoy de 'revolucionario' puede parecer una
'contradictio in terminis'; pocos dirigentes menos proclives a cualquier
revolución que este hombre, que llegó al poder, hace ahora exactamente dos
años, declarándose 'previsible'. Luego, la verdad es que no lo ha sido tanto;
circunstancias que ni él ni otros dirigentes europeos pudieron calibrar
suficientemente en estos veinticuatro meses hicieron que Rajoy tuviese que
tomar caminos insospechados, vulnerando no pocas de sus premisas y bastantes de
sus promesas electorales. Han sido, en suma dos años duros para el bolsillo del
ciudadano, complicados para la estabilidad política, peligrosos para la unidad
de la nación.
Y, aunque sea cierto que una parte de todas estas desdichas puede
atribuirse a la difícil situación heredada de los tiempos, que
parecen tan remotos ya, de
Zapatero, no es menos verdad que Rajoy, sus
ministros y el partido que les sustenta no han sabido sintonizar ni simpatizar
suficientemente con el electorado que les dio mayoría absoluta; las encuestas
no les acompañan, aunque bien cierto es que tampoco lo hacen con los
socialistas, principal fuerza de oposición nacional, seguida cada vez más de
cerca por otras hasta ahora 'pequeñas', como la IU de
Cayo Lara o la UPyD de
Rosa Díez. Ésa es una de las grandes mudanzas de este bienio enloquecido.
--Los
defectos y las virtudes de Rajoy--
¿Por qué, pues, calificar de 'revolucionario' a alguien que, como
el presidente del Gobierno, tan remiso está siendo a cualquier cambio
-empezando por la más mínima remodelación de su elenco ministerial, donde
tantos boquetes se aprecian--, a cualquier operación política, incluso las que
entrañan un riesgo indudablemente menor que dejar pudrir los problemas? Bueno,
lo cierto es que, ante este 20-N, segundo aniversario de su indiscutible victoria
electoral, a Mariano Rajoy hay que reconocerle, junto a los indudables defectos
y carencias, algunas virtudes. Ha sorteado la espada de Damocles del rescate a
España-país -aunque no hemos sabido, entre todos, hacer avanzar la 'marca
España'--; ha superado la avalancha de ataques de los periódicos-salmón
occidentales, de las agencias de calificación, los acechos de una prima de
riesgo que estuvo altísima y hoy no lo está tanto. Ha recuperado un cierto
respeto en los pasillos de la UE, en los que, de todas formas, nuestra nación
carece del protagonismo que sí tuvo con
Felipe González y con
Aznar. Ha
sobrenadado algunas conspiraciones de salón en su propio partido. Y sigue,
haciendo cambios, pero no 'el Cambio', manteniendo la cabeza por encima de las restantes
formaciones. Más o menos por encima, aunque con un ochenta y tres por ciento de
desconfianza entre la ciudadanía, dicen los sondeos, que añaden que lo de
Rubalcaba, en todo caso, es aún peor.
¿Es la quietud, el ponerse de perfil, revolucionario? Seguramente
no. Para mí, lo más 'revolucionario', entre comillas, de
Rajoy es el sentido de la permanencia y su independencia por encima de tantos
intereses como acosan cada día a un jefe de Gobierno. En torno a Rajoy se
desmorona el sistema bipartidista, se cuartean las más importantes
instituciones, se agrava el eterno conflicto catalán, crece el número de
parados, aunque ya no tanto como hace unos meses. Y él, impasible, como si
fuese un lord británico, o galaico, paseando por Bond Street. Me recuerda al
chiste de aquel empresario inglés, cuya fábrica se quemó el viernes por la
tarde: "menudo disgusto me voy a llevar el lunes", dijo el flemático hijo de la
pérfida Albión. Para Rajoy, instalado en la fortaleza monclovita, inmune a las
'vendettas' de un Bárcenas que cuenta muchas vergüenzas internas, aborreciendo
secretamente a los periodistas que cotillean demasiado, lo urgente es, como
para
Pío Cabanillas, esperar. Todavía no parece llegado ese lunes en el que
otee el panorama y se lleve, quién sabe, un disgusto. O no, que diría el muy
galaico.
--Un
debate desde Diariocrítico--
Yo creo que, dos años después, el no-tan-revolucionario Mariano
Rajoy tiene su revolución pendiente, que no es otra que liquidar
definitivamente los residuos legales y sociológicos de un franquismo que
debería haber sido del todo desmontado hace esos treinta y ocho transcurridos
desde que, otro 20-n, muriese el dictador a quien nadie, excepto algunas
idiosincrasias que permanecen, recuerda ya. Desde
este periódico, que está a punto de celebrar su propio aniversario, diez años
de permanencia en un panorama mediático cada día más complicado, inestable y
acaso insostenible, hemos querido iniciar nuestra propia reflexión sobre lo que
hay, o no, que hacer para llegar con bien al final de esta década que tan mal
comenzamos los españoles.
Hemos pedido a gentes ilustres de la política, la cultura, la
sociedad, un diagnóstico sobre las reformas pendientes, sobre las nuevas
actitudes imprescindibles. Sobre esa revolución necesaria que, a nuestro
juicio, pasa en buena medida por esa nueva mentalidad emprendedora que liquide
tantos atavismos de esa España que, en alguna medida, sigue siendo la de los
hijosdalgo, funcionarios, soldados, curas y pícaros de nuestro siglo de Oro. Y
aquí iremos publicando, ya estamos publicando, el fruto de esas reflexiones
notables.
Somos modestos, lo sabemos. Pero quienes han accedido a
colaborar con nosotros son gentes influyentes, mentes preclaras que saben dónde
están los problemas y que, acaso, también tienen recetas adecuadas para
afrontarlos. Estamos convencidos de que algo, mucho, debe moverse, porque hay
muchas oportunidades. Ojalá quien tiene más responsabilidad que nadie en la
representación de los españoles entienda que ya no puede seguir quieto,
callado, a la espera de que todo lo que le molesta se pudra y florezca, en
cambio, todo lo demás.
Lo que quiero decir es que, dos años después, Mariano Rajoy está
casi inédito. Todo un récord para el libro Guinness en
este aniversario que se nos ha echado encima, casi sin enterarnos.
- ESPECIAL:
10º Aniversario de Diariocrítico: 'La reforma de la Constitución, a debate'