Aún recuerdo aquel octubre de
1974 cuando, recién llegado a
Madrid como humilde estudiante de periodismo -y de provincias-, asistí
al Teatro Español a la
representación en versión adaptada de Tirano Banderas, la genial novela de don Ramón María del Valle Inclán,
estrenada por José
Tamayo, en la versión de Enrique
Llovet, y con el mexicano Ignacio López Tarso dando vida a Santos Banderas. Los ecos de la muerte de Carrero Blanco, asesinado a
manos de ETA en diciembre del año anterior, y
las inevitables comparaciones del
tirano del escenario con el que en esos
años regía con mano
implacable los destinos de
España, eran tan certeros como sorprendentes. Y digo esto porque, entonces como
hoy, el teatro donde se representaba la
obra valleinclanesca era público.
Reviví en aquel momento la conmoción que unos años antes (1971) me produjo Luces
de Bohemia, en el Bellas Artes, también bajo la dirección de Tamayo
y con Carlos Lemos (Max Estrella) y Agustín
González (don Latino de Hispalis),
a la cabeza de otro gran elenco de
actores. Era, por cierto, la primera vez
en mi vida que asistía a un teatro,
la primera vez que pude percibir los susurros, las voces, las emociones, la tensión y el
sudor de actores y
actrices sobre un escenario y a menos de 10 metros de distancia. Desde entonces
no he podido, ni querido, sacudirme de
encima la necesidad de seguir siendo espectador.
Ahora, casi cuarenta años después de su estreno, he vuelto al Español
para ver el mismo Tirano
Banderas pero con una producción de Oriol Broggi y con un reparto de actores de diversas
nacionalidades, encabezado por el también mexicano Emilio Echevarría (Santos Banderas), iniciativa
que aúnhace
más universal la intención de la obra. En efecto, seis actores y dos actrices,
magistralmente dirigidos, interpretan de
forma deliciosa casi 50 personajes.
Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero eso pudo
ser cierto hasta la aparición de la segunda mitad de El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha, la universal novela de don Miguel de Cervantes, que echó por
tierra y para siempre ese viejo aserto
que, ya para siempre, dejó de asociarse al maleficio. Con este Tirano Banderas, en mi caso ha pasado
otro tanto. Me parece una versión
excepcional, a la que cualquier buen aficionado al teatro no
puede dejar de asistir.
Pasado, presente y futuro
Tirano Banderas vio la
luz en la España de 1926, en pleno gobierno de Primo de Rivera y, aunque su
acción se desarrolla en un país
indeterminado del subcontinente
americano, se centra en torno a un
personaje genérico, un tirano
de cualquier república bananera, pasada, presente y, desgraciadamente, seguramente
también futura. Desde entonces, Santos
Banderas (Tirano Banderas me llama el
pueblo Cabrón, dice el protagonista) ha sido llevado en varias ocasiones al escenario, como adaptación teatral, y en 1993
hasta la gran pantalla por José
Luis García Sánchez.
La obra, más que una tragedia, es un
esperpento. El autor, Valle Inclán,
puso en labios de
Max Estrella, el personaje de Luces
de bohemia, las líneas fundamentales
de su estética del esperpento:
deformación, sentido trágico, ironía grotesca, uso del sarcasmo... Todo esto, por supuesto, recorre también, y de principio a fin, este Tirano
Banderas, en lo que para mí es también una lección de dirección, interpretación y adaptación de un
texto memorable.
A una escenografía minimalista, potenciada por una excelente iluminación, se suman, en esta versión que hoy podemos ver en el Teatro Español, los
ecos gachupines (castellano, gallego, catalán), bolivianos,
mexicanos, uruguayos, argentinos, ecuatorianos, venezolanos,..., todos esos ecos de una lengua -el español- que ha hermanado las dos orillas del Océano con un texto
brillante y provocador de un
gallego universal.
Ecos
lejanos de un tirano español
que, como hemos dicho ya al principio, Tamayo
burló en1974, en este mismo escenario
haciendo vibrar a los
espectadores que acudimos a ella con una metáfora tan evidente y actual como
la que propone Valle Inclán en la
obra. Porque estos requiebros y semejanzas
son, desgraciadamente, tan
actuales hoy como en esos años 20 en España,
como podrán comprobar pronto espectadores
venezolanos, cubanos, bolivianos, ecuatorianos
y argentinos en la gira que esta
obra tendrá en los primeros meses de 2014 por el continente
americano.
Tirano es la metáfora de la egolatría del poder
(yo, mi, me, conmigo) a través del
juego de espejos del madrileño Callejón del Gato, del esperpento valleinclanesco de la lucha
de poderes tiranos
y revolucionarios en los distintos
países latinoamericanos, o de cualquier
latitud del globo. Una obra
vigente, inmortal, memorable, que
invita a lectores que aún no hayan
ojeado la novela, a que no
pierdan ni un minuto en hacerlo, o a los
espectadores a acercarse a disfrutar
de esta adaptación al Teatro Español de Madrid.