La Constitución, mucho recorrido por delante
viernes 15 de noviembre de 2013, 09:32h
El 6
de diciembre de 1978, hace ahora 35 años, 15.706.078 españoles respondimos
afirmativamente a una pregunta muy sencilla, pero de trascendental importancia
para nuestro destino común. "¿Aprueba el proyecto de Constitución?". El texto
sometido a referéndum venía respaldado por un apoyo parlamentario superior al
94%, tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado, una cifra muy
cercana al 88,5% que luego se alcanzaría en la votación popular.
Con
toda propiedad podemos afirmar, por tanto, que nuestra Constitución nació
avalada por un amplísimo acuerdo político y social. Como el tiempo actúa contra
la memoria, cuanto más pasa el tiempo más hemos de recordar que ni alcanzamos
ese gran pacto por casualidad, ni el texto constitucional nos cayó como un
regalo del cielo. Bien al contrario, antes de aquella fecha los españoles, a
través de sucesivas generaciones, tuvimos que atravesar 166 años de dolorosas
frustraciones hasta que, aprendiendo de la experiencia, fuimos capaces de darle
mucho más valor a la transacción que a la imposición, al consenso que al
frentismo, a las páginas en blanco del futuro que a los demonios del pasado.
Fue
así como la Constitución de 1978 pudo forjarse gracias a las cesiones recíprocas
que permitieron alcanzar una sintonía sobre los principios esenciales que
aparecen expresados en sus dos primeros artículos y que inspiran todos los
demás: que España es una nación indivisible organizada políticamente como
Estado social y democrático de Derecho, que adopta como forma de gobierno la
monarquía parlamentaria y cuya organización territorial se basa en el derecho a
la autonomía de las nacionalidades y regiones que solidariamente la integran. Es
precisamente el acuerdo básico sobre tales principios lo que ha hecho posible
nuestra estabilidad política y nuestro progreso económico y social durante los
últimos 35 años: es decir, no es sólo que el consenso hiciera posible en
su momento la aprobación de la
Constitución, sino que todo lo que hemos avanzado desde entonces y todo lo
mucho que, juntos, aún nos queda por avanzar de ahora en adelante, reside en
ese consenso esencial.
Mientras
que en 1978 teníamos ante nosotros el gran reto colectivo de incorporarnos
definitivamente al mundo democrático, ahora, tres décadas y media después,
afrontamos en nuestro horizonte inmediato la obligación de superar la dura
crisis económica que nos azota desde hace cinco años; así, en la actual agenda
política, la reducción sustancial de las cifras de desempleo es la prioridad
absoluta hacia la que se orienta todo el intenso programa de reformas puesto en
marcha por el actual Gobierno de España.
El
mundo en que hoy vivimos es, ciertamente, muy distinto del que vio el
nacimiento de nuestra Constitución. Sin embargo, ni la impresionante revolución
tecnológica que tanto está cambiando nuestras formas de vivir y hasta de
pensar, ni la mundialización que reduce las distancias y difumina las
fronteras, ni siquiera la magnitud de los desafíos globales que afectan al medio
ambiente o a nuestra seguridad: nada de eso cambia el
principio esencial de la democracia, que no son, no deben ser, ni los
territorios, ni las instituciones, ni tampoco las ideologías o las creencias
los que ocupen el eje de la actividad política, sino los seres humanos.
Centrar
la política en las personas supone hoy proteger de forma efectiva el ejercicio
de sus derechos, hacer sostenibles nuestras cuentas públicas para garantizar
nuestro sistema de protección social, modernizar nuestro modelo productivo o
nuestro sistema educativo para no perder el ritmo de un mundo cada vez más
abierto y competitivo, y así generar empleo. Supone también reformar nuestras
administraciones públicas para hacerlas más eficientes y útiles a los
ciudadanos, mejorar el funcionamiento de la Justicia, reforzar la confianza en
nuestro sistema democrático mediante la transparencia y la regeneración de las
instituciones, los partidos políticos y los sindicatos...
Nada
debería distraernos de progresar hacia estos grandes objetivos. Jamás deberíamos
olvidar que es sólo mediante el diálogo y la búsqueda de puntos de encuentro
sobre lo fundamental, como podremos avanzar hacia ellos. Hace 35 años la
Constitución nos enseñó el camino a seguir. Hoy ese camino sigue trazado y
puede llevarnos muy lejos. Por el contrario, salirnos de él no nos llevaría a
ninguna parte.
[*]
Pío García-Escudero es Presidente del Senado de España