lunes 11 de noviembre de 2013, 08:05h
El verdugo, Calle Mayor, Amarcord,
Cinema Paradiso, Casablanca, Matar a un
ruiseñor, Todo sobre mi madre o La muerte tenía un precio son, sin duda alguna, parte importante de nuestra memoria emocional. Y esa memoria
no la constituye solo las
historias, las imágenes, los fotogramas,
sino las personas con quienes
fuimos a verlas, los momentos, el ánimo con
que vimos esas y otras mil
películas más que tendrían cabida aquí.
Lo imaginábamos (lo sabíamos, ¡qué diablos!), y una reciente experiencia lo avala. No vamos
al cine porque es caro, sencillamente, no porque no nos guste, o porque
sea malo, o haga demasiado frío o demasiado calor en las calles o en las salas. A los españoles les gusta el cine. Y,
además, les gusta verlo en una sala apropiada, con pantalla grande (si es gigante, mejor). Lo que no les gusta es
pagar casi 10 € cada vez que se les
ocurre pasar la tarde al
decidir ir al cine. Sí, es sencilla y llanamente porque, en los últimos
años, su precio se ha desorbitado y
los espectadores nos hemos
hartado ya de tanto abuso.
La prueba es que la quinta edición de la Fiesta del Cine ha permitido
ver películas en 323 salas de España a 2,90 euros entre el 21 y el 23 de
octubre, y ha contado con una participación de más de un millón y medio de
espectadores, según datos del mismo Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Solo en las 50 salas de Madrid que han participado en la Fiesta y en uno de los tres días despacharon 494.351
entradas, una cifra que contrasta con
los 49.976 tickets que se compraron el mismo día, pero de la semana anterior, es decir, diez veces menos cuando el
precio de acceso a las salas no estaba
en oferta.
Producto y
mercado
Esto es lo que hay. Señores productores
distribuidores y exhibidores
cinematográficos, creo que los
espectadores han vuelto a hablar muy claro: si ustedes no
están dispuestos a bajar el
precio de las entradas, los españoles seguirán acudiendo al cine, pero por internet. Todo lo demás es, sencilla y
llanamente, marear la perdiz y no aceptar las cosas como son. Si ustedes
pierden dinero, consideren también
que más
pierden si acaban cerrando las salas. Y no olviden tampoco que los espectadores
no han dejado de perder tampoco,
ya que muchos de ellos, buena parte de su poder
adquisitivo; otros, más aún, todo su sueldo, porque están en paro.
No cierren los ojos para
seguir intentando adulterar las reglas del mercado, según las cuales es el producto quien tiene
que ajustarse a aquel, y no al revés. Hagan ustedes examen de conciencia,
revisen sus expectativas de beneficios
y, si quieren seguir viviendo y sobreviviendo de este arte e industria, ajusten los precios
para recuperar sus seguidores
que, de verdad, los tienen. Son leales, curiosos, despiertos, vivos,
interesados por el arte cinematográfico,
pero no
dispuestos a pagar más allá del precio justo. En sus manos está mantener en pie esa fábrica de sueños que, día
tras día, se encierra en las grandes pantallas cuya supervivencia tienen ustedes en sus manos.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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