Esto
necesita un golpe de timón, y al timonel, un marinero gallego llamado
Mariano
Rajoy, parece que no le apetece nada darlo. Así que nos espera la escollera. No
se trata solamente de las provocaciones al electorado de algunos ministros -el
de Educación, el de Justicia, el de Hacienda--, ni de la patente inactividad de
otros: es que la coordinación del elenco ministerial ha dejado, como es ya
obvio, de funcionar, y las consecuencias empiezan a salpicar al miembro más
sólido y prometedor del Ejecutivo, la persona que, en caso de retirada o por
otras muchas circunstancias, sería la encargada de reemplazar al presidente.
Sí, he hablado con al menos un ministro que se queja de la falta de una
vicepresidencia económica...y también del desbordamiento de la política.
Puede
que la costumbre de Rajoy de dejar que los problemas se pudran le haya dado
resultado hasta ahora. Pero no puede mantenerse una situación en la que alumnos
y profesores se levantan contra el titular de Educación, en la que jueces,
abogados, procuradores, y cualquiera que haya visto una toga de lejos, critican
sin descanso al ministro de Justicia, no puede seguir una coyuntura en la que la Sanidad está en pie de
guerra día sí y día no. La inseguridad jurídica fue el último golpe que derribó
el edificio del Gobierno de
Zapatero, y amenaza con convertirse en la dinamita
que eche por tierra, precisamente cuando parece que podrían vislumbrarse
algunos tréboles emergiendo de la nieve, a un equipo que el presidente se ha
empeñado en colocar en el libro Guinness de los records en cuanto a duración
balanceándose en la cuerda floja.
La
crisis de Gobierno, que Rajoy se empeña en no afrontar, no puede aplazarse ni
siquiera hasta las navidades, porque no sería bueno, ni para él ni para el
conjunto del Gabinete, que algún ministro que usted y yo sabemos tomase el
turrón situado en la poltrona. Eso, entre otras medidas políticas de urgencia,
que el presidente del partido gobernante y del propio Gobierno debería acometer
ahora mismo. Porque, entre tasas judiciales, reformas legislativas
perfectamente innecesarias, becas generales, becas Erasmus, provocaciones al
contribuyente, pasos adelante y atrás, recelos y alfilerazos
interministeriales, huidas de los medios -y de cualquier comparecencia
pública--, vacilaciones catalanas, salpicaduras procedentes de Soto del Real,
errores de (in)comunicación, resulta que esto, todo esto, se les puede ir al
garete. O sea, se nos puede ir al garete a todos los ciudadanos, que hemos
depositado en nuestros representantes la gestión de una parte fundamental de
nuestras vidas, confiando en que solucionen nuestros problemas en lugar de
crearnos otros nuevos. Y lo peor es que quizá, para cuando eso haya ocurrido y
estos señores, por otra parte tan llenos de sentido común, se hayan ido efectivamente
al garete, ya ni siquiera nos importe constatar que tal vez no estemos en
buenas manos.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>