Asegura el presidente de Freixenet, la gran empresa productora
y exportadora de cava, que sus productos son boicoteados dentro y fuera de Cataluña.
Fuera, es decir en el resto de España, porque el cava es catalán y se produce allí,
y 'hay que castigar a los catalanes donde más les duele: en la pela'
(palabra de honor que se lo he escuchado a alguien que, increíblemente, tiene
responsabilidades políticas). Dentro, porque al presidente,
José Luis Bonet,
por cierto persona templada, se le ocurrió hacer unas declaraciones al 'New
York Times' que no gustaron a los exaltados, que son muchos: dijo algo
tan obvio como que "Cataluña es una parte importante de España y lo debe
seguir siendo". Y, así, el burbujeante producto, a las puertas de la Navidad, se encuentra con
el tiroteo desde las trincheras del nacionalismo español más ciego y desde las
del nacionalismo -extremista-catalán.
No tengo otro remedio que traer a colación una anécdota
personal, que casa bien con este espíritu de intolerancia bilateral. Se me
ocurrió, hace ya algunos meses, defender en una radio un trato especial para Cataluña,
de manera que los catalanes se sientan, en lo posible, a gusto dentro del
Estado, alejándonos de radicalismos, del 'ni agua para los catalanes'
y del 'hay que volver a fusilar a Companys'. Una radio
barcelonesa, famosa por su ferocidad en los planteamientos secesionistas, me
acusó de haber dicho precisamente lo contrario de lo que, teniendo en cuenta el
contexto, había yo querido decir: "un periodista de Madrid dice en la Cope que habría que volver a
fusilar a Companys", clamaron en titulares, reproducidos por algún
digital catalanista.
Les llamé, les pedí que escuchasen la conversación en su
integridad y rectificaron, disculpándose por el 'error'. En vano:
recibí cientos de mensajes vía Twitter y procedentes todos ellos de Cataluña,
alentados sin duda por las juventudes de un partido que usted y yo podemos
imaginar. Muchos de estos tweets me amenazaban de muerte, otros insultaban a
mis progenitores y ninguno rectificó el tono tremendo y faltón cuando, con
paciencia que me desconocía a mí mismo, les hice ver que la propia emisora
barcelonesa se había disculpado por lo emitido con precipitación y alevosía. Fue,
simplemente, inútil: soy un periodista 'de Madrid' y, encima,
hablando para una emisora conocida por sus escasas simpatías hacia la 'causa
catalana' (la de la independencia, supongo); así que, si non era vero,
era ben trovato. Lo peor fue que, desde el lado de acá, me reprocharon, al
tiempo, pedir un trato 'discriminatorio y privilegiado' para
Cataluña, lo que algún energúmeno de los que por ahí pululan consideró que era
un indicio de mis "tendencias separatistas, vasco al fin". Palabra
de que también escuché esto.
Le digo a usted la verdad: discrepo mucho del inmovilismo de
Rajoy en lo que a una política con y hacia Cataluña respecta. Pero, a veces, no
me queda más remedio que comprender su filosofía de que toda acción puede
generar una reacción peor aún que el simple estarse quieto, porque el fanatismo
jamás atiende a razones. Yo, la verdad, no brindo por eso, y esta Navidad claro
que me tomaré, con familiares, amigos, colegas y deudos, mis copitas de cava. Catalán,
por supuesto
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