Vamos a vivir momentos de gran
tensión informativa en la semana que comienza. Incluyendo las presentaciones de
libros de memorias de ex presidentes del Gobierno en los que se contienen
revelaciones más o menos sensacionales, con mayores o menores veladuras de la
verdad. Una semana en la que los socialistas celebrarán una Conferencia de la
que, la verdad, no sé -sospecho que en el propio PSOE no lo saben--si
debemos esperar mucho o poco. Una semana en la que, en fin, seguiremos hablando
mucho de espionaje. De esas historias de espías que ningún novelista, ningún
escritor de argumentos cinematográficos, hubiera osado jamás llevar a un libro
o una película, por lo inverosímiles que parecen.
Y el caso es que esas
historias, reveladas por un joven, con cargo de segunda categoría en los 'servicios
especiales' de la mayor potencia del mundo, son reales. Pero que muy
reales. Y el jefe de los servicios de inteligencia, o sea del espionaje, de
este país tendrá que dar muchas explicaciones este miércoles en el Congreso de
los Diputados como consecuencia de esas revelaciones de ese joven hoy exiliado
en Moscú. Aunque, la verdad, sospecho que el general
Félix Sanz Roldán va a
dejar a las señorías que asistan a la comisión parlamentaria de secretos
oficiales con muchas más preguntas que respuestas. Así que ya ve usted, amable
lector: menuda semanita...
Ocurre que, en mi opinión,
estas historias de espías impregnan todo el resto de la actualidad; incluso las
memorias del ex presidente
Aznar rememoran la cooperación de 'los
servicios' norteamericanos en momentos cruciales, bien sea en la lucha
contra ETA, bien para aclarar la autoría de la matanza de aquel tristísimo 11
de marzo. Lo que viene sucediendo en los últimos años, desde
Julian Assange
hasta
Edward Snowden, es que se nos ha revelado la potencia de los estados
sobre los individuos, la existencia de uno o varios Grandes Hermanos que
vulneran la intimidad a la que creíamos haber accedido gracias a los avances
tecnológicos. Que son, precisamente, los que atacan, sin duda ilegalmente pero
con el beneplácito oficial, nuestra privacidad. Y esa necesidad de escuchar lo
que otros no quieren que se sepa se extiende también a partidos (mire usted lo
que ha ocurrido en la peor Cataluña con Método 3), a empresas (la rivalidad
comercial está en la base de todo espionaje)...a todo.
Yo creo que la desconfianza
de los ciudadanos en sus representantes políticos tiene mucho que ver con esa
sensación de que, tras lo publicado, lo público, prima siempre lo impublicable,
los tejemanejes ocultos. ¿Para qué va a acudir el director del CNI al
Parlamento si él, que es el encargado de guardar los secretos propios y de
tratar de descubrir los de los demás, no va a poder hablar de tantas cosas ante
una Cámara cuya función es, precisamente y por definición, la de parlamentar,
hablar? Ya sé lo que va a decir el por otra parte impecable general Sanz
Roldán: que los servicios de inteligencia españoles actúan siempre dentro de la
legalidad y, eso sí, colaborando con sus colegas de los países amigos. ¿Espió
el CNI por cuenta de la NSA? Eso, querido lector, ni lo sabremos el miércoles
ni nunca, más allá de lo que nos llegue en nuevas 'entregas' de
Snowden.
Sé que me repito, pero cada
día es más patente que hay que gobernar a los ciudadanos de otra forma, y no me
refiero solamente a España, que, por supuesto, también. Aplaudiré hasta con las
orejas cualquier programa político, cualquier proyecto, que plantee en toda su
crudeza y desarrolle en todas sus dimensiones esta necesidad de cambio radical
en formas y actitudes desde el Estado hacia los individuos. Pero, lo mismo que
pienso que todos los gobiernos nos han espiado y nos espían, no sé si con la
NSA o con demonios familiares pagando las facturas, creo que nadie, ni la
inminente Conferencia socialista, ni el ya pasado congreso del partido-revelación
UPyD, va a aportar al gran debate nacional esos planteamientos nuevos y frescos.
Es muy difícil, desde el poder, desde cualquier poder, renunciar a los micrófonos
privilegiados, a esa sensación de omnipotencia e invulnerabilidad que da el
controlar la vida de los ciudadanos que, total, siguen votando y pagando
impuestos. Y que siguen, inconscientes, hablando libremente de sus cosas por
teléfono, como si estuviesen seguros de que el Gran Oído no les escucha.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>