miércoles 30 de octubre de 2013, 08:07h
Los mineros
de España recogen carbón y promesas en un trabajo sin cielo y en un mundo de
riesgos y esperanzas. "Rápido, a la séptima planta", gritaban mientras se
apresuraban todos a socorrer a sus compañeros.
El metano despavorido les arrancó de la tierra y les llevó más allá a un lugar
donde nunca más mirarán a sus esposas, a sus madres, a sus hermanos, a sus
hijos. A un lugar donde habita el recuerdo y donde la desmemoria calla.
En Pola de
Gordón son días de luto. Hullera Vasco-Leonesa ya no volverá a ser la misma. Ni
tendrá los mismos mineros, tristes recuerdos del compañero que se ha ido para
siempre o que no debió irse nunca.
Lleva España
medio siglo hablando de reconvertir la zona. Cincuenta años desde que Hulleras
del Noroeste decidiera desde el estado ir liberando del peso del pico a las
generaciones, a los vecinos y a las almas.
Cuánto tiempo
se lleva diciendo que hay que buscar una alternativa, que las familias
necesitan un futuro y los hijos tierra y escuela. Industria y trabajo en vez
del tajo y el azufre de un carbón que no quiere ser desenterrado. Promesas.
Maldito
grisú, odiado metano. Quedará de los muertos el recuerdo y quedarán también las
lágrimas. Unos hijos que emigren y unos nietos que acaben hablando otras
lenguas que no se entiendan, ni en León, ni en Asturias, ni en España.
Tres enemigos
tiene el minero. El grisú, los derrabes o desprendimientos y las quiebras o los
hundimientos. Pero hay otro: la avaricia. El constante beneficio que segó las
vidas de tantos.
Han ido
quedando pocos y la tierra olvidada. Los gobiernos se llenan la boca de
eficiencia y prometen el desarrollo de Asturias, de León, de las comarcas. Aún
están esperando pacientes como si lloviera juicio.
Por eso ahora
sólo queda carbón y promesas. Ambos llenos de azufre. Ambos repletos de sueños
y compañeros olvidados. Una tierra a la que se le prometió el desarrollo y aún
no ha dejado los pozos. Ni la esperanza.
@AntonioMiguelC