Cuando nadie tiene la culpa
miércoles 23 de octubre de 2013, 07:36h
Cuando nadie tiene la culpa de nada es porque el sistema se
conforma de tal manera que todos tienen la excusa, el pretexto, la coartada de
señalar la responsabilidad del yerro a los demás. A otra institución, a un
contrario o a un igual.
Los dirigentes españoles, tras batir todos los récords de
mediocridad en nuestra corta historia democrática y contemporánea, han
descubierto aceleradamente la forma de justificarse ante sus ciudadanos
echándole la culpa a los demás de sus propios errores y disparates.
Los nacionalistas catalanes tienen en el gobierno central el
lugar idóneo para despistar a sus vecinos y señalar que sus recortes en sanidad
y educación, sus errores en libertad y seguridad, sus chaladas aventuras
soberanistas, provienen de que el gobierno central... les asfixia.
No se trata de una posición ideológica sino de que una
administración le echa la culpa a otra administración para justificar gratis
sus propios errores. Ya, lo sé, es evidente que es falsario y cobarde, pero,
sin embargo, muy útil para no asumir nunca, nunca, responsabilidades.
El presidente Ignacio González dirige una administración que
ocultó facturas sin pagar -ni registrar-, por valor de dos mil millones de
euros y, por lo tanto, falseó el déficit público que presentó al ministerio.
¿La culpa?: del gobierno central que no nos da lo que nos merecemos.
El gobierno central, a su vez, le echa la culpa al gobierno
anterior, y, el anterior al anterior, así sucesivamente hasta que se pierde la
memoria. Todos a la vez le echan la culpa a los bancos, que en verdad buena de
ella la tienen, y los bancos a los mercados internacionales que son el
escaparate de todos los males.
Las fábulas de Esopo, recopiladas por Demetrio de Falero, es
una fuente inagotable de moralejas. Aquella famossa, los ríos y el mar, en la
que aquellos se quejaban a éste de que todo el agua que le vertían el océano
les echaba sal y hacía de ellas imposibles de beber.
No me deis más agua, respondió el mar, y no podré entonces
salar el agua que viene de vuestros propios manantiales. Una fábula que trata
de mostrarnos cómo antes de echarle la culpa a los demás, debiéramos mirarnos a
nosotros mismos, decía el griego.
El caso es no asumir nunca responsabilidad alguna. Cospedal
le echa la culpa a sus antecesores y no está segura de que sus compañeros de
dirigencia política hayan cobrado sobresueldos en bé. Bárcenas le echa la culpa
a los secretarios generales de su formación, y estos, al diario El País.
Forma parte de nuestros genes: la culpa siempre la tiene el
árbitro. A veces es un eficaz analgésico para que no nos duelan en exceso
nuestros propios errores. Pero en política es tan peligroso como que nadie
asume responsabilidad alguna.
Echarle la culpa a otro, a otra administración, a otro
organismo, a otra persona, se ha convertido en deporte nacional. La mejor
manera que tiene el político de turno de no asumir nunca, pero nunca,
responsabilidad alguna es esa, echarle la culpa a otro.
@AntonioMiguelC