La fragmentación infinita del Estado
sábado 19 de octubre de 2013, 14:33h
Desde los 39 reinos de Taifas que durante dos siglos ocuparon dos
terceras partes del territorio de nuestra Península tras la caída del
califa Hisham II hasta el centralismo absolutista de los Borbones,
sobrevenido quinientos años más tarde de la mano de Felipe V, en España
el péndulo del Estado va de un extremo a otro movido más por las
ambiciones políticas y económicas de unos pocos que por los deseos
identitarios y excluyentes de la inmensa mayoría de los llamados
ciudadanos a los que gobiernan. Y digo ciudadanos para conservar esa
palabra como seña de identidad de la igualdad que se persiguió durante
dos siglos a partir de la Revolución francesa y que ha acabado
convertida, de nuevo, en una esperanza, en un sueño, en un deseo que,
paradojas de estos tiempos de universalidad e inmediatez, la hipercrisis
financiera lo presenta como poco menos que imposible de alcanzar.
Los españoles no hemos encontrado el equilibrio interno como Nación, que
lo somos de forma unitaria de la misma forma que lo son de forma
singular territorios como Cataluña, Galicia, Euskadi y desde luego
Castilla. Intentar separar los conceptos de estado y de nación para
reivindicar lo segundo frente a lo primero es un error y una mentira
interesada, que falsea la historia y la acomoda a las ambiciones de una élites políticas que persiguen su propio encumbramiento para negar, en
el fondo, el derecho a la ciudadanía a esa misma sociedad a la que dice
defender. España es un Estado si nos basamos en el concepto territorial
pero también una Nación si nos fijamos en las características históricas
como pueblo en el que las diferentes lenguas y costumbres no la
desvirtúan, al contrario, la ,enriquecen. Y la fortalecen en la unidad
como lo han demostrado y bien quinientos años de avances y retrocesos en
el respeto político a las diferencias, mucho más que en las debilidades
que se buscan y son aplaudidas por los mas mendaces al defender la
ruptura y el desgajamiento.
Defender la identidad que nos une frente a las identidades que nos
separan es defender la libertad, la igualdad y la solidaridad que
propuso la Revolución Francesa y que pese a todos los excesos del propio
proceso revolucionario y al absolutismo napoleonico en que desembocó en
apenas diez años, se convirtieron en el santo y seña de un futuro más
justo para los que hasta ese momento ( y éste ) menos tenían. Ser y
defender lo español es defender lo catalán, lo vasco, lo andaluz , lo
gallego o lo castellano. No hay oposición real en esos conceptos, en
esas definiciones. Suman y no restan, salvo para los que buscan su
propia justificación política y su existencia y permanencia en el poder a
través de la ruptura. Renunciar a lo español como fórmula para defender
lo catalán - por ejemplo - es empobrecer la propia identidad. Es
mutilar una parte de la propia historia, es querer construir otro futuro
en base a agravios - que los ha habido en ese tiempo tan largo y
complicado como el que se ha vivido en esta tierra de celtíberos,
romanos, fenicios, visigodos y musulmanes en la que se han superpuesto
culturas y liderazgos hasta conformar una Nación tan rica como compleja,
tan fácil de gobernar como difícil de entender, tan débil en sus
complejos como grande en sus ambiciones.
Podemos volver a empezar, podemos emular a los sucesores de Hisham II y
trocear esta España nuestra la de todos con todos. Podemos convertir el
estado de las autonomías en las nuevas Taifas y esperar a que desde
fuera vengan a " conquistarnos" a una velocidad mayor que con la que ya
lo están haciendo, con menos capacidad de resistencia, con menos
conciencia de nuestra propia identidad, con una mayor pérdida de nuestra
condición de ciudadanos. Por sí alguno nos e ha enterado tras la "
ruptura" autonómica vendría la de las grandes ciudades. Detrás de las
Taifas están las " ciudades estado", un buen ejemplo de insolidaridad,
egoísmo y falta de libertad para la mayoría. Ya las hubo y ya las hay
para goce y beneficio de los poderosos.