domingo 13 de octubre de 2013, 14:09h
Mañana, cuando suene el despertador y comiencen los "No me quiero
levantar", los lloros y las prisas por terminar un desayuno que se queda
frío, 61 millones de niños estarán deseando oír el odioso taladrador de
tímpanos. O quizá no, porque puede que ni siquiera sepan que más allá
de su aldea hay un mundo donde existen los colegios y donde se pueden
aprender a leer los garabatos que ven de cuando en cuando en los
letreros, o en los periódicos atrasados, o en los rótulos del televisor.
Por esos 61 millones de niños ha escrito Malala la historia de su
vida. Porque quizá por esos 61 millones de niños estuvo a punto de
perderla. Por defender su derecho a la educación.
La joven
paquistaní, recién galardonada con el Premio Sajarov de Libertad de
Conciencia que concede el Parlamento Europeo, lo cuenta en "Yo soy
Malala" (Alianza Editorial), un libro al que sonroja llamar "memorias"
porque se supone que una chavala de 16 años no ha debido de tener mucho
recorrido vital.
Pero lo cierto es que Malala sabe lo que es tener al régimen
talibán olisqueando el pañuelo con el que se cubre la cabeza, por el
único pecado de escribir para un blog de la BBC las miserias que sufren a
diario los paquistaníes. Malala sabe lo que es que una bala te
atraviese la cabeza y que, cuando medio mundo te da casi por muerta,
puedas sacar fuerzas no se sabe de dónde para volver a despertar, eso
sí, en un país extraño. Y que de pronto te rindan homenaje. Y que de
repente todos los grandes líderes internacionales quieran hacerse fotos
contigo. Y que te ensalcen como estandarte en su lucha contra el terror.
Y todo cuando el mayor terror para ti, con solo 16 añitos, es que a los
chavales de tu edad se les permita saber juntar la eme con la a.