Causas y consecuencias del suspenso en educación
miércoles 09 de octubre de 2013, 12:37h
Está claro que los resultados del
informe de la OCDE sobre educación en adultos dejan a España literalmente por
los suelos: último país en matemáticas y penúltimo en comprensión de lectura.
Pero no está tan claro que exista un diagnóstico compartido de sus causas y
menos aun aún de sus consecuencias.
En cuanto a las causas todo indica
que se mezclan atrasos del pasado con desaciertos recientes. En efecto, España
ha sido uno de los países desarrollados que más ha tardado en lograr la
completa escolarización de su población, por lo que no es extraño que existan
lagunas educativas entre los más mayores. Pero también es cierto que se ha
producido un estancamiento desde el comienzo de los noventa, que guarda
relación con factores de distinto orden. Puede que la LOGSE no haya sido la
mejor ley educativa, pero tan grave como eso ha sido la inestabilidad que
supone tanto cambio en la legislación sobre la materia. En todo caso, hay una
serie de factores a mencionar, que van desde la metodología hasta el
procesamiento social.
En efecto, todavía no se ha superado
del todo la vieja inercia metodológica a considerar prioritaria la memoria
respecto de la comprensión; o la tendencia al conocimiento uniforme por encima
del aprovechamiento de las capacidades individuales. También se alude al
abandono de las asignaturas de humanidades (literatura, historia, etc.) como
causa de una estrechez mental propia de seres meramente instrumentales. Pero
junto a estos factores temáticos es conveniente no olvidar los de carácter
social. Un asunto muy grave en España es el alto grado de abandono escolar, que
afecta sobre todo a los jóvenes que están en edades de estudios secundarios.
Todo indica que, desde los años ochenta en adelante, segmentos importantes de
jóvenes de familias de ingresos bajos y muy bajos han ido directamente al
mercado de trabajo, sin tener una formación suficiente. Sería conveniente hacer
el cruce de las variables edad y nivel de ingresos, para comprobar con más
precisión como se reparten las deficiencias educativas en nuestro país. Y en
qué medida contribuye cada segmento a ese resultado promedio nacional que hoy
nos abochorna.
En cualquier caso, lo que resulta
evidente es que esta materia tiene que ser objeto de una política de Estado. No
es posible que continuemos asistiendo a este vaivén conceptual y
administrativo, dependiendo del color político del gobierno de turno. Claro,
esto refleja un verdadero círculo vicioso. No es posible llegar a un acuerdo de
Estado para consolidar el avance educativo porque lo impide nuestra atrasada
cultura política. Pero, a su vez, el mantenimiento de las deficiencias
educativas supone un pesado lastre a la hora de tratar de elevar nuestra
cultura cívica y política.
En pocas palabras, si resulta que
tenemos dificultad de entender ciertos documentos administrativos (el recibo de
la luz o del gas), ¿cómo vamos a ser capaces de entender el programa de un
partido político, la evolución de los presupuestos, o el espíritu y la letra de
la Constitución? La lectura de un programa de gobierno requiere un esfuerzo
excesivo para una ciudadanía acostumbrada al gregarismo ideológico y político.
No quiero decir con lo anterior que
un analfabeto deba ser por fuerza políticamente analfabeto. En distintas
regiones del mundo se demuestra que ambas cosas se relacionan pero que no son
exactamente lo mismo. Sin embargo, la relación entre ambos planos es evidente
cuando se trata de avanzar hacia una ciudadanía de calidad. La tendencia hacia
el ideologismo compulsivo o hacia su opuesto, la completa falta de ideología, la
inclinación al gregarismo político o el seguidismo en cuanto a la manipulación
mediática es mucho más fácil en países con bases educativas y culturales
débiles. No nos debe extrañar entonces que compartamos con Italia -y en buena
medida con Estados Unidos- el dudoso honor de ocupar los últimos puestos de la
fila.