Rajoy, Rubalcaba y el corcho
miércoles 09 de octubre de 2013, 12:08h
El corcho, del que España es el segundo productor mundial por detrás de Portugal, es la corteza
del alcornoque, al que protege de las inclemencias externas mientras están
juntos. Ambos son una misma cosa durante años y sólo cuando se separan
adquieren significados diferentes: cuando a alguien se le llama alcornoque se
da a entender que anda escaso de luces y que tiene la cabeza dura y poco
flexible de cara al mundo de las ideas. Ser un alcornoque es una mala tarjeta
de visita. Por el contrario, cuando nos referimos a que éste o aquella es un corcho estamos poniendo en
valor una cualidad muy apreciada al margen del valor o la inteligencia de
aquellos a quienes así llamamos. Ser un corcho es estar siempre a flote sean cuales
sean las circunstancias por las que se atraviesa. Ser un corcho es tener una
capacidad especial para sobrevivir, para no hundirse pese a que todo lo que nos
rodea lo haga. Ser un corcho en la vida pública es casi un requisito
indispensable, un salvoconducto contra los ataques que se reciben desde dentro
y desde fuera.
Los ejemplos de ser corchos políticos en España son
legión, pero basta con mirar a la cúpula de los grandes partidos para
encontrarnos con las personas que mejor encarnan las virtudes de esa epidermis
vegetal: Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba son excelentes corchos, llevan
treinta años en la vida pública, han pasado en varias ocasiones por los mismos
puestos y se han enfrentado y se enfrentan a circunstancias muy parecidas. Y
han sobrevivido, hasta ahora, a todos los ataques, batallas y trampas que les
han puesto en su camino. Siempre desde abajo hacia arriba, sin prisas pero sin
pausas. Los que estaban a su alrededor han ido desapareciendo, tragados por el
polvo del camino ya fueran compañeros o adversarios.
Si el 88 por ciento del corcho es aire, lo que le
proporciona su increíble ligereza, esa liviandad trasladada a la política es lo
que caracteriza a los dos líderes del Partido Popular y del Partido Socialista,
que son capaces de cambiar de propuestas y promesas electorales con singular
rapidez sin que se les altere el gesto. Su comportamiento es tan elástico que
admiten la máxima presión y vuelven a recuperar su estado original en cuanto
ésta pasa. No se alteran y son tan impermeables a las críticas que logran que resbalen
por sus cuerpos como si la su reina y los ceroides del corcho vegetal fueran
una parte consustancial de su propio corcho político.
No son los únicos y la lista de los líderes que poseen
estas cualidades podemos hacerla cada uno de nosotros, pero Rajoy y Rubalcaba
la elevan a la excelencia: manejan el contenido de sus afirmaciones temporales
con una facilidad pasmosa, de la misma forma y manera que se puede manejar,
desviar y utilizar el agua, un elemento tan dúctil y aparentemente tan neutro
que sirve lo mismo para calentar que para enfriar, para apagar un incendio o
para causar una riada, para que la tomemos de un manantial o para que nos la
vendan envasada. Exactamente como vemos
cada día con las afirmaciones políticas, que cambian en su estado y se
vuelven gaseosas y se diluyen en el aire o golpean como piedras a los
ciudadanos indefensos convertidas en granizo.
El corcho es una gran aislante térmico, una virtud que
permite al dirigente político sobrevivir a los " incendios" que
jalonan su actividad con enorme frecuencia, sea cual sea el puesto que ocupe.
Más resistente que el hormigón, el líder insumergible asiste al hundimiento y
la destrucción de sus enemigos que se desesperan ante lo inevitable de su
derrota cuando más cerca se sentían de la victoria. No tuvieron en cuenta la
última y no menos importante virtud de esa modesta y utilitaria corteza del
primitivo alcornoque, su adherencia. Una vez que alguno de nuestros políticos
estrella alcanza su objetivo y se acomoda en el sillón de mando, moverle es una
misión que roza lo imposible. Sus microventosas se adhieren al cargo, al
puesto, a la posición de dominio e impiden que se deslice hacia abajo. La única
posibilidad de quitarle es que otro " corcho" más fuerte se enfrente
a él y le venza. El resto lo mejor que puede hacer es abstenerse, ya que el
gran poder calorífero que posee es capaz de destruir las mejores "
carreras" públicas de los sucesivos aspirantes.