Se abre la veda
lunes 07 de octubre de 2013, 08:00h
En el verano de 1964, en
plena etapa franquista, Carlos Saura rodó "La caza", una película valorada de
forma dispar en nuestro país por los críticos de la época, pero muy bien acogida en
Europa, hasta el punto de que con
ella el director aragonés obtuvo el Oso de Plata al mejor director del
Festival de Berlín.
Casi 50 años después,
vuelve a haber polémica sobre la caza,
pero en
Baleares. Una polémica de aparente carácter menor pero que a mí no me
lo parece. Además, y por si fuera poco,
en ella están incluidos los niños.
Concreto con el enunciado del titular de la noticia: Los niños de ocho
años podrán cazar en Baleares con perros y sin armas. Para ello, y según la nueva ley de caza
del archipiélago, los menores deben ir acompañados de un adulto.
Dejemos
las particularidades de la nueva ley autonómica,
que puede encontrarse fácilmente en la red, y parémonos en comentar brevemente los aledaños de la noticia, es decir, el
qué, el cómo, el por qué y el para qué.
En Baleares es tradicional la caza del conejo con
podencos autóctonos (cans eivissencs),
que detectan la pista del conejo, lo cercan y persiguen hasta atraparlo con la
boca. Se trata de un ejercicio que se lleva practicando en las islas desde
hace cientos de años y que, al parecer
de los aficionados, es de una gran
belleza plástica. No es la única actividad
de este tipo que se lleva a cabo
en el archipiélago ya que
también con perros y lazos se capturan cabras en la montaña.
Los proteccionistas insulares critican que los menores puedan cazar ahora y
contemplar en primera fila cómo se da
muerte a los conejos atrapados por perros, ya que
"no es edificante ni positivo para el desarrollo de la personalidad
social y el fomento del respeto a la naturaleza".
Probablemente los ecologistas
baleares también tengan como platos de su
menú diario los cocinados con
carne de conejo, ternera, cerdo, cordero, pavo y otros animales y -también probablemente-,
quizás no se hayan parado a pensar en
los procedimientos a través de los
cuales acaban llegando
a su mesa desde los mataderos.
Aunque sea someramente, vamos a
recordárselo porque nos hemos fabricado
un mundo en que la gente prefiere desconocer
que para comer un pollo, primero
hay que matarlo, después desplumarlo,
descuartizarlo y solo al final de todos esos pasos, cocinarlo
y comerlo.
Con conejos, vacas, caballos, cerdos,
toros, pavos, avestruces y otras tantas
especies animales más que nos sirven de sustento, hay que seguir procederes similares
que no parecen ofender tanto
a estos
proteccionistas y ecologistas de salón.
Aunque los lineales de los
supermercados ya casi han escondido
al carnicero que, cuchillos de diversos tamaños en mano,
acaba sirviendo el kilo y medio de chuletas de cordero a sus
clientes, alguien ha tenido que hacer lo
mismo para que esas bandejas de las
diversas piezas de consumo estén ahí,
en la zona refrigerada
de los súper, a disposición de los
compradores.
No vayan a pensar que soy un sádico sin solución. No, simplemente soy de pueblo y, aunque no me gustaban nada estos espectáculos
tan poco edificantes, no puedo
cerrar los ojos y desconocerlos. Por muy asépticos que sean
los mataderos, allí no suenan
melodías de Vivaldi, ni todos, carniceros y animales, transitan
sonrientes por sus
instalaciones como si de un ballet se tratase.
Me contaron hace tiempo que, en una visita de estado que realizó a España, en la década de los 80, el
matrimonio Reagan, hubo que alterar
el programa de actividades de la primera dama norteamericana que, al parecer, incluía la visita a un mercado popular, porque la carne colgada en el mostrador de la
carnicería podría dañar
la sensibilidad de la presidenta
norteamericana. Algo parecido nos está
pasando a nosotros, ya tan
civilizados como los
norteamericanos de hace tres décadas.
La matanza del cerdo en los
pueblos castellanos (y no castellanos)
es especialmente inquietante y cruel a los ojos de un niño que, como yo, se vio obligado
por las circunstancias a asistir
de cerca a más de una. Nunca entendí, ni compartí con
mis coetáneos la caza de pájaros con escopeta, tirador o "liga", pero no por eso satanicé nunca esas prácticas ancestrales en
todas las civilizaciones que hoy pueblan
la tierra.
Aunque nunca he participado, ni
voy a hacerlo de aquí en adelante, de
la práctica del rito de la caza, respeto a aquellos
padres que llevan a sus hijos de caza y sin armas.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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