jueves 03 de octubre de 2013, 07:58h
Mariano Rajoy ha pedido a Mas un
gesto de grandeza que le cambie el paso a su andadura soberanista. No sobran
los buenos consejos, señor Mas, en estos tiempos de tribulaciones separatistas
y cantos al sol que más calienta. En un país como el nuestro, capaz de
escriturar demasiados episodios tremendistas, es muy necesario aportar
comportamientos generosos y utilizar el dialogo para equilibrar la maquinaria
del Estado. Muchas dosis de grandeza es lo que necesitamos, efectivamente, para
resolver los desequilibrios sociales y territoriales que padecemos. También
para cerrar de una vez asuntos pendientes que nos evidencian negativamente en
el mundo civilizado. El procedimiento abierto
en un juzgado argentino, que reclama la captura de antiguos represores
franquistas, avergüenza a todos los demócratas que aun conservamos la memoria
histórica de lo que aquí pasó durante demasiados años.
Vuelven a removerse las aguas
pútridas de la laguna negra donde mantenemos sumergidos los crímenes del
franquismo. Nuestra democracia, cimentada sobre la reconciliación de todos los
españoles, demandó a los vencidos que se sentaran a trabajar con sus verdugos y
carceleros para edificar entre todos una nación libre y democrática. No era
poco lo que se ofrecía a cambio de tanto sacrificio, y así lo entendieron todos
los que renunciaron a las compensaciones morales y judiciales que la historia
les debía. A regañadientes, con lágrimas en los ojos y los puños cerrados,
recuperamos las libertades archivando en el olvido la causa general que se
merecía el sistema totalitario que nos había gobernado cuarenta años. Aquel
trueque, acordado en un clima de amnesia colectiva, resultó bueno para una
España cansada de descender a los infiernos abrazada a sus demonios familiares.
En ese trance apostamos a la carta ganadora de un futuro posible y perdimos,
probablemente sin quererlo, una parte significativa de nuestra dignidad
nacional.
Aún permanecen enterrados en las
viejas cunetas los despojos de decenas de miles de seres humanos, victimas
ocultas a las que se privó primero de sus derechos más esenciales y después se
les quitó la vida, sacrificadas todas por los pistoleros de la venganza y el
odio. Se les borró del registro como si nunca hubieran existido y sólo el duelo
callado de los suyos los mantuvo vivos en el recuerdo de las gentes. Así se
hizo y ahí siguen. Restos abandonados sin nombres ni apellidos, sin
identificar, tan anónimos como los miles de niños robados a los perdedores y
adoptados clandestinamente por la burguesía que ganó la guerra. Asuntos
pendientes como la catalogación de las pequeñas propiedades confiscadas a los
ciudadanos que se mantuvieron leales a la legalidad republicana. Todos los
homenajes y recompensas que disfrutaron los vencedores durante tantos años se
niegan aun hoy a las personas que resultaron más dañadas por la victoria. Ahí
permanecen los monumentos levantados para recordar tamaña matanza y todavía
relucen las placas dedicadas al Caudillo y a sus gladiadores de acero y muerte.
El hispanista Ian Gibson, que nos
conoce mejor que nadie de tanto estudiar nuestro pasado, ha denunciado repetidamente una paradoja tan
cruel como inexplicable. Hace unos días se declaraba escandalizado al comprobar
que la Fundación Príncipe de Asturias se localiza en la calle que la ciudad de
Oviedo dedica al General Yagüe. Aquel militarote
golpista, falangista convencido, ha pasado a la Historia acusado de dirigir el
fusilamiento de cuatro mil presos izquierdistas en Badajoz. También existe en
Madrid una calle rotulada con el mismo nombre, vía muy transitada por los altos
mandos militares de nuestros ejércitos, ya que allí se levanta el Ministerio de
la Defensa del Gobierno de España. Todos los políticos que se han
responsabilizado de la citada cartera, incluidos significados socialistas,
han circulado por allí y ninguno de
ellos ha tenido la decencia de ordenar que se retire del callejero un símbolo
tan terrible del fascismo patrio. Una alcaldesa del PP madrileño, la regidora
de Quijorna, se prestaba hace unos días a
participar en un homenaje a los "caídos por Dios y por España", y se paseaba por una exposición repleta de
cartelones de Falange, retratos de Franco y pertrechos nazis. Una muestra más
de la tolerancia con la que se trata a los capítulos más abominables de nuestra
historia reciente.
Dicen que no es conveniente abrir
las viejas heridas, pero los que así se manifiestan olvidan que aquellas
mataduras no se cerraron nunca. Curemos los boquetes que aún continúan
supurando, no vaya a ser que la gangrena se apodere de nuestro cuerpo social y
tengamos entonces que amputarnos una parte de nosotros mismos.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
24080 | La perdiz mareada - 04/10/2013 @ 01:33:05 (GMT+1)
1977. Santiago Carrillo (PCE): "Queremos hacer cruz y raya sobre la guerra civil de una vez para siempre" porque hay que "superar definitivamente la división de los ciudadanos españoles en vencedores y vencidos de la guerra civil". Marcelino Camacho (CCOO): "La amnistía es una política nacional y democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y cruzadas. Nosotros, precisamente, los comunistas que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. Pedimos amnistía para todos, sin exclusión del lugar en que hubiera estado nadie. Yo creo que esta propuesta nuestra será, sin duda, para mí el mejor recuerdo que guardaré toda mi vida de este Parlamento". Josep María Triginer (PSOE): "El día de hoy cierra definitivamente una etapa histórica de nuestro país: la amnistía liquida lo que ha sido considerado delito político por el anterior régimen. Da paso a la etapa de transformación democrática que ya vivimos y de la que es un elemento importante e indispensable". José María Benegas (PSOE). "La amnistía total ha sido innecesariamente retrasada una y otra vez por la ceguera política y el obstinamiento de quienes se resistían a convencerse de que era inevitable (...) Hoy solamente estamos cumpliendo con un profundo deber de demócratas. Xabier Arzallus (PNV): "La ley que nosotros estamos haciendo aquí hemos de procurar que efectivamente vaya bajando a la sociedad, que esta concepción del olvido se vaya generalizando, vaya tomando cuerpo y corazón, porque es la única manera de que podamos darnos la mano sin rencor, oírnos con respeto".
El único en oponerse a la Ley de Amnistía fue Antonio Carro, antiguo ministro de Franco y diputado de Alianza Popular, que habló en estos términos: "La única medicina que aplican las democracias más genuinas y consolidadas es una estricta aplicación de la ley. (...) Una democracia responsable no puede estar amnistiando continuamente a sus propios destructores. He dicho".
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