viernes 27 de septiembre de 2013, 16:30h
Tras el debate "soberanista" celebrado en el Parlamento de Cataluña dos cosas han quedado muy claras: el presidente de la
"Generalitat" está más que nunca en manos de ERC y volverá a
adelantar las elecciones. Por exigencias del guión pactado con Oriol
Junqueras, Artur Mas mantiene la convocatoria de una consulta
referendaria a sabiendas de que es ilegal y de que, en consecuencia, no
podrá celebrarse. Por eso, curándose en salud, amenaza con otro anticipo
electoral; unos comicios que querría plebiscitarios. En esta ocasión
iría con un programa electoral que dejaría atrás la calculada ambigüedad
del "derecho a decidir" para apostar abiertamente por la independencia a
la manera de sus socios de ERC. Es una estrategia que parece inspirada
por la desesperación. Parece haber olvidado lo que le pasó la vez
anterior cuando de manera temeraria interpretó la manifestación de la
"Diada" del 11 de Septiembre en clave plebiscitaria y decidió acabar la
legislatura convocando elecciones anticipadas. CiU sufrió la mayor
derrota de su historia: perdió doce diputados. A Mas le cercan los
problemas.
Sus socios de Unió, el partido de Durán Lleida, que no están por
la independencia, podrían romper la coalición. Las últimas encuestas,
indican que Convergencia podría llevarse otro revolcón electoral ya que
quien capitalizaría el fervorín independentista sería Esquerra
Republicana. Mas se ha metido en un callejón sin salida política
honorable. Si no fuera porque ha engañado a mucha gente con una palabra
fuera del tiempo, su infortunio no tendría más trascendencia que
certificar lo atrevida que puede resultar la mediocridad.
Nunca estuvo a la altura de Jordi Pujol y cuando ha querido
reeditar el discurso de Lluis Companys se ha confundido de época.
Nuestro tiempo es el de la Unión Europea, no el de la creación de nuevas
fronteras. A la deslealtad inicial hacia el Estado del que como
presidente de la "Generalitat" es el primer representante en
Cataluña ha sumado un discurso -"España nos roba"- peligrosamente
dañino para la convivencia entre catalanes partidarios de la secesión y
catalanes que quieren seguir siendo españoles. Más allá de la dimisión, a
Mas le quedan pocas opciones. Lástima que no haya reflexionado acerca
de lo pronto que los vascos se olvidaron de Ibarretxe. Nos habría
evitado unos cuantos problemas y Cataluña habría tenido un gobierno
ocupado en resolver los problemas reales que angustian a la gente: el
paro, la liquidación de empresas, los recortes salariales, el cierre de
ambulatorios o las listas de espera en los hospitales. Claro que quizá
sea mucho pedir que los políticos piensen en los ciudadanos (ahora van a
lo suyo a mantener el poder o a conseguirlo) y no nos creen más
problemas de los que están en condiciones de resolver.