No se puede detener un torrente con una espada
viernes 20 de septiembre de 2013, 09:49h
He tenido estos días, tras el ataque de un grupo de la
extrema derecha a la librería Blanquerna, varias experiencias sobre
la situación catalana. En los distintos programas a los que he ido el argumento
de base que se opone a cualquier tipo de diálogo y de considerar siquiera de
lejos la posibilidad de ejercer el derecho a decidir, el argumento intocable es
que la soberanía reside en el pueblo español y que España es la patria única e indivisible. Y se
acabó. No hay más. De momento no dicen, aunque lo piensan, que para parar
cualquier veleidad está el artículo 8 de la Constitución que da al ejército la responsabilidad de preservar la unidad de España. Y se acabó.
Palo y tente tieso.
Y así poco se puede avanzar. Yo les digo que en 1978 había solo dos demandas de autogobierno, que
la gallega estaba también ahí, que Madrid jamás pensó en ser autonomía, que el 23-F y la Loapa, hicieron descarrilar el proceso, que los
militares presionaron para lograr uniformizar el proceso y hoy es inviable pero
que eso no es culpa nuestra, sino de ellos, que Ibarretxe siguió los caminos constitucionales y el PP y el PSOE se negaron a admitir
tan siquiera a trámite la modificación del estatuto de Gernika, que el rey carece de la menor capacidad
mediadora como nos apuntan, y que como decía
Azaña no se puede parar un torrente con una espada.
Les entra por un oído y les sale por otro. España es, como en tiempos de Franco, Una, Grande
y Libre.
Pero
los problemas se enconan.
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1. La nueva hegemonía: El soberanismo ocupa
el espacio central
de la política
catalana que durante décadas había
protagonizado el catalanismo. Es el único proyecto político
claro y definido en Catalunya; con capacidad de movilización
y de generar esperanza. No es una invención
política.
Todo lo contrario. Es un movimiento muy profundo, liderado desde la sociedad
civil y seguido desde la política por cálculos
electorales. Una parte importante de las nuevas generaciones defienden la
independencia de la misma forma que sus padres y abuelos clamaban por la
"llibertat, amnistía i Estatut
d'autonomia". Y precisamente para muchos de quienes vivieron la Transición
y los intentos fallidos de encontrar un nuevo encaje de Catalunya en España,
la independencia significa la posibilidad del reset,
de empezar de nuevo. La posibilidad de alejarse de la degradación
que sufren las instituciones del Estado.
2. Derecho a decidir:
El
porcentaje de ciudadanos que se muestra favorable a la
independencia ha crecido de forma muy rápida
en los últimos
años
y ya supera el 50%, pero, según todas las encuestas,
es mucho más
amplio el consenso en torno al derecho a decidir (70%). Es un movimiento
transversal que no admite el análisis simplista de
atribuirlo a la estrategia del nacionalismo conservador. Es más,
en la cadena humana de vía catalana existió
una notable presencia de los sectores tradicionales de la izquierda. El deseo
de "decidir" ha alcanzado tal fuerza en Catalunya
que resultará
muy difícil
'reconducirlo' hacia cualquier pregunta que no pase por la opción
de independencia 'si' o 'no'. De aquí la extrema dificultad
de los recién
iniciados contactos entre los negociadores de Mas y Rajoy.