El poeta Benjamín Prado clausuró hace pocos días
"Agosto Clandestino", un festival de poesía muy especial, que lleva ya casi una
década celebrándose en Logroño, que lo hace durante el mes de su nombre pero
que entra hasta septiembre, y bajo cuya sombra -o al revés- nutre una colección
con 150 títulos en su haber: Planeta Clandestino.
Por su
catálogo ha pasado buena parte de la poesía española. Desde los más viejos,
como Antonio Cillero, de la
generación del exilio -lo vivió en Buenos Aires- a los más jóvenes, como la
brillante Raquel Lanceros, pasando
por los ya maduros, como Jaime Siles,
Luis Alberto de Cuenca o Luis Antonio de Villena. Son unos
libros pequeñitos, en octavo, humildemente castaño-dorados, editados
cuidadosamente casi como catecismos, grapados como plaquettes, de tirada corta y realista. Y ahí hay libros de mis
queridos cántabros Rafael Fontbellida,
Carlos Alcorta y Alberto Santamaría, y no dejan de
contar con poetas mujeres, como Guadalupe
Grande, Carmen Beltrán o Sonia San Román, coordinadora del
Festival. O el director de todo esto, Enrique
Cabezón, que me reservo para luego, o Adrián
Pérez Castillo: dos poetas y dos personajes bien distintos y peculiares.
Que por qué
La Rioja, la poesía y Agosto Clandestino? A veces, siempre, hay que hablar de
lo que se vive. Y claro, pensar sobre ello. Y, gracias a que Planeta
Clandestino acaba de publicar el libro de Marcos-Ricardo
Barnatán, Sobre la poesía y los
poetas, (una antología
de sus poemas en torno a la poesía misma -y a los
poetas con los que de algún modo se identifica- y a la sombra de T.S. Eliot), una fue de "y señora" y
les conoció. Fue un acto en que presentaban también el libro de Ignacio Elguero, Paraíso, antología de sus poemas de amor... Y fueron unos días
especiales, con recital de Amancio Prada
-un concierto entrañable, de este leonés imbatible y su íntima relación con la
poesía, desde San Juan de la Cruz a Chicho Ferlosio, pasando por la suya
propia.
Ahora tengo
delante dos libros bien distintos, de esos dos poetas que mencionaba antes. El
de Adrián Pérez Castillo, Un pastor ante la muerte, publicado por
4 de Agosto, es un libro romántico, en el sentido más fuerte de la palabra:
suenan los endecasílabos, vibra el paisaje, canta movimientos del alma, de la
exaltación a la dulzura elegíaca. El otro, Desdecir,
de Enrique Cabezón, aparecido bajo
el sello de Amargord, no tiene nada qué ver.
Yo creo que Desdecir -y también lo cree Túa Blesa, y lo dice en su prólogo- es
un libro de la estirpe de Ullán, y,
más atrás, de la del poeta uruguayo Julio Campal, que introdujo en España
la poesía visual. Un libro de poesía
tachada, en el que da una vuelta de tuerca, porque el poema entero
aparecerá casi a modo de nota a pie de página (tachada) como envolviendo las
palabras a salvo, y en el que una nota final cuenta la larga gestación -con su
paso por el blog y la red- de estos poemas muchas veces cívicos, otras
amorosos, siempre cortantes y salados, y en eso también tiene la acidez
refrescante, el escozor joven del mejor José
Miguel Ullán, al que los amigos llamaban "el malo". Pero es que Cabezón mismo, Cabe, es, como Ullán, un
intransigente. Tiene un acerado espíritu crítico, una ferocidad a la que sólo
suavizan el cariño y/o la admiración, un sentido del humor implacable, y una
cultura vívida y cosmopolita.
Decía muy al
principio que la poesía vive, y vive en las provincias. Es ahí donde dinamiza
la vida cultural, que, curiosamente, es mucho más coherente que la de las
grandes ciudades. Esas mil flores que ya maduran en cada ciudad española, que
tienen tanto qué ver con la descentralización del poder, y que convierten la
cultura en lo que de verdad es: el lugar donde relacionarse, el lugar que
mejora la vida, el lugar en que se vive. Lo demás es ruido.
Una de las tardes cayó sobre Logroño una nube de
piedra, granizos como puños. Ojalá no fueran, además de ese cuarto de hora de sonido
y furia, una metáfora premonitoria.
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'