Vaya pareja de perros
lunes 05 de noviembre de 2007, 19:18h
Hay que ser muy mal bicho para coger a un perro que has tenido en tu casa, atarlo a un coche abandonado en un aparcamiento y marcharte a cenar tranquilamente con la familia. Luego nos extrañamos de que haya anormales cuyo único aliciente en la vida sea dejar el tatuaje de su número de zapato en la cara del primer inmigrante con el que se topan en el metro; se empieza maltratando a un perro y se acaba machacando al vecino o abandonando al abuelo en la sección de oportunidades del Hipercor.
A los dos individuos que tuvieron esta genial idea para deshacerse de 'Volcán', que así se llama el animalillo en cuestión, el juez les ha condenado a pagar una multa de 600 euros por barba. No está mal para empezar, pero sospecho que el castigo en metálico no es, por sí solo, un remedio eficaz contra el virus de la crueldad humana.
Tasar el sufrimiento y la humillación de un ser vivo y ponerle precio puede proporcionar —y no siempre— un levísimo consuelo a la víctima si hablamos de personas, pero en el caso de miles de canes que como 'Volcán' son torturados cada año por ciudadanos aparentemente respetables, no es más que una medida paliativa destinada a evitar que estos dos prendas repitan su hazaña, porque como castigo deja mucho que desear.
Estaría bien que la justicia condenara estas fechorías con días de trabajo obligatorio en un centro de recogida de animales, para ver si de una vez por todas nos quitamos de la cabeza esa idea absurda de la superioridad de la especie humana que hemos adoptado sin ninguna clase de consenso con el resto de los habitantes del planeta.
No sé si los perros a los que les cayese en gracia semejante compañía estarían muy de acuerdo conmigo, pero sería una manera bastante más justa de reparar, en parte, el daño que han hecho.
De momento, y a la espera de que la justicia comience a aplicar sanciones más imaginativas, espero sinceramente que a los dos torturadores de 'Volcán', las cien mil pesetas les duelan a base de bien en el bolsillo que, al fin y al cabo, debe de ser lo más parecido que tienen a un órgano con sentimientos.