'Las batallas mediáticas'
'Guerra (periodística) mundial': ahora, por el caso Bárcenas
martes 03 de septiembre de 2013, 08:43h
El escenario de la batalla
es, sobre todo, una tertulia radiofónica. Con bastante visión periodística -al
menos, para los tiempos frívolos que corren--, los responsables de la tertulia
mezclan al director de El Mundo, Pedro J.Ramírez, con representantes del diario
ABC, como Bieito Rubido o Jaime González, y de La Vanguardia, como José Antich,
director de este diario catalán tan claro en sus inclinaciones nacionales, tan
equívoco en las autonómicas. El coctel Molotov está servido. Cada uno sustenta
posiciones diferentes y, en no pocos casos, antagónicas. Este lunes, para
iniciar el regreso de la confrontación periodística, esa tertulia mezcló a
Pedro J. con Jaime González. Claro que menudearon las acusaciones, lanzadas por
uno, de magnificar interesadamente el 'caso Bárcenas', frente a las del otro,
de haberse convertido en fieles servidores del Gobierno Rajoy. Lo destacable es
que el 'caso Bárcenas', tras haberse cargado el inicio del consenso entre PP y
PSOE en materias muy relevantes para la marcha de la nación, está polarizando
la enemistad de los más influyentes medios del 'cuarto poder': hay quien está
interesado en subrayar que El Mundo pretende 'derribar' a Rajoy frente a
quienes destacan que hay medios -ABC, La Razón-que se han convertido en
'turiferarios' del Ejecutivo. Lamentable simplificación reduccionista, que sin
duda tendrá reflejo sobre la marcha de la propia democracia española, al menos
para quienes creen en el 'cuarto poder'.
¿Quiere Pedro J. derribar el
Gobierno de Rajoy?, se preguntaba este lunes un digital, tras escuchar el
rifirrafe entre PJR y JG en la tertulia matinal moderada por Ernesto Sáenz de
Buruaga, que no podía evitar inclinarse por las tesis de González, aun
respetando lo que decía el 'tertuliano estrella' procedente de El Mundo. De
hecho, en la sede del PP no esconden la inquietud ante los efectos que los
ataques combinados de El Mundo-El País -que parecen haber llegado a un acuerdo
tácito de no agresión mutua, tras muchos años de pelea entre ambos--. El
contrapeso de ABC-La Razón no parece bastar para neutralizar el efecto de las
continuas filtraciones que los dos primeros llevan a sus lectores desde la
prisión de Soto del Real, donde aseguran que el recluso Luis Bárcenas recibe
muchas visitas, sin contar con la frenética actividad que despliegan su
abogado, Javier Gómez de Liaño, y señora.
Siempre se ha dicho que en
España hay que leer al menos dos periódicos contrapuestos para hacerse una idea
de lo que es la realidad de un acontecimiento relevante y polémico. Antes eran
El Mundo y El País; ahora, son el ABC y El Mundo, con El País cerca del segundo
-pese a sí mismo-y La Razón obligadamente -y mirando hacia otro lado-alineada
con el ABC. Curiosa situación mediática, forzada por una especialísima coyuntura
política: lo del 'caso Bárcenas' tiene escasos precedentes. No, desde luego,
Naseiro; no, por supuesto, Filesa; desde luego no cualquiera de esos otros
casos de corrupción política, desde Gürtel hasta los ERE, pasando por cuantos
ustedes quieran en Cataluña, Baleares y tantos otros puntos de nuestra infausta
geografía política. Y que nadie lance la acusación, como este lunes González,
de que algún periódico y algunas emisoras magnifican lo de Bárcenas frente a la
corrupción del socialismo andaluz con los ERE: el ex tesorero lo era del
partido gobernante y sus filtraciones afectan a todos los dirigentes de este
partido, mientras que lo de los ERE, una actuación sin duda nauseabunda, es
algo lejano, que tiene que ver con un partido que ya no ostenta el poder. Es la
regla del periodismo: cercanía, glamour, sex appeal de la noticia...
Los comentaristas tratan de
alinear a Pedro J. en posiciones hostiles al Gobierno, achacándole una voluntad
-que dataría ya de varios años-de cargarse a Rajoy, ya que no ha podido
'conquistarle' como a Zapatero. Creo que es una lamentable simplificación, como
lo es situar, por ejemplo, al ABC en actitud reverente ante el Ejecutivo en
espera de favores que siempre serán difíciles -ahora-de concretar. El fondo del
asunto tiene mucho más calado, sin duda.
Pienso que lo que está
haciendo El Mundo es un servicio al país (con minúscula), independientemente de
que su director quiera o no convertirse en un prescriptor social, lo que
estaría, entienden muchos, reñido con la estricta función del periodista.
También es razonable pensar que los demás grandes periódicos nacionales,
autonómicos o locales, prestan un servicio al debate nacional: todos tienen
derecho, y quizá hasta el deber, de posicionarse ante sus lectores, sea a
favor, sea en contra de un Gobierno que resulta cuando menos polémico, pero que
está haciendo cosas -para bien o para mal-, y que tiene la mayoría absoluta en
el Parlamento.
Y a quien le gusten
unas posturas, que lean a unos, y los otros, a los otros. Quien suscribe
seguirá leyendo a todos, que será la mejor manera de estar enterado de lo que
piensan (o dicen que piensan) unos y otros: entre ambos forjarán el pensamiento
de los lectores que aún permanecen, o tratan de permanecer, imparciales ante la
que está cayendo. Lo que ocurre, pienso, es que posiblemente ni unos ni otros
estén cumpliendo hasta el final con el deber periodístico de mantenerse
alejado, desde la denuncia y desde una actitud crítica para con todos, de los
manejos de los poderosos, sean quienes fueren y se hallen donde se hallen.
Pero mal haría el poder
escuchando con demasiada delectación los cantos de sirena; como mal hará
considerando enemigo mortal al periódico, o al periodista y sus altavoces, que difunden
noticias y comentarios que no les gustan, olvidando que 'noticia es todo
aquello que alguien no quiere que se publique'. El Ejecutivo tiene ante
sí una mayoría periodística crítica, por mucha tentación que sienta de utilizar
en su favor los medios públicos y los diarios 'amigos'. Esta guerra
periodística, que a veces olvida lo evidente, no nos viene bien ni a los medios
ni a la sociedad: una cosa es la confrontación de ideas y posiciones y otra,
muy distinta, llegar a decir que un mero director de periódico -ni más ni menos
que eso-quiera, o pueda, derribar un Gobierno porque sí. Creo que nunca más que
ahora se hizo necesario mantener una neutralidad informativa, sin callar nada,
pero sin magnificar artificialmente nada, frente a los excesos que algunos
tertulianos, ciertos columnistas, algunos apologetas y tal o cual dinamitero,
están propiciando, provocando un ruido ensordecedor, que no nos deja escuchar
la realidad.