Jueves 29 de agosto de 2013
No seamos ingenuos. A los
Estados Unidos no les preocupa ni mucho ni poco la supuesta
dedicación de Assad gaseando a sus paisanos sirios. El objetivo real
de la intervención yanqui es prolongar la guerra civil. Según dice
un amigo letrado un mal abogado puede prolongar un caso en los
tribunales algunos años. Y añade con un guiño que un buen abogado
puede arrastrarlo durante décadas. En este caso los estrategas del
Pentágono, con la información suministrada por la Inteligencia
Israelí, pueden alargar la guerra en Siria algunos años más. Hasta
ver como el infierno se congela, según la frase anglosajona.
Edward N. Luttwak ha
explicado en un artículo publicado en el NYT las razones por la
cuales la victoria de cualquier bando en la guerra civil siria es el
peor resultado posible para los Estados Unidos. Y para Israel.
El triunfo de Assad
reafirmaría el poder y el prestigio de Irán y Hezbollah,
permitiéndoles controlar Líbano para emplazar una amenaza directa a
los árabes sunitas y a Israel desde Los Altos del Golán y el valle
de la Bekaa, pero una victoria rebelde, con algunos de sus grupos más
extremistas identificados con al-Qaeda sería casi tan peligrosa para
Estados Unidos e Israel como la primera opción.
Otros medios de comunicación
han citado, sin nombrarlos, a determinados oficiales estadounidenses.
Estos militares han revelado como los envíos de armas yanquis para
los rebeldes sirios no incluían sistemas de armas antitanques o
antiaéreas, limitándose a las armas personales automáticas y
granadas. Es decir, una apuesta calculada para permitir a los
rebeldes resistir a las fuerzas de Assad pero no para ganar la
guerra.
A pesar de esos envíos de
armas desde Occidente a grupos como al-Qaeda las fuerzas militares de
Assad habían conseguido estas últimas semanas poner en jaque a los
rebeldes ganando terreno en varias ciudades sirias. Es entonces
cuando un oportuno ataque con gases, perpetrado supuestamente por el
mismo Assad proporciona la necesaria justificación para un castigo
aéreo de Occidente. No demasiado. Sólo una acción calculada para
debilitar al ejército de Assad y a sus aliados iraníes con unos
bombardeos y una cincuentena de misiles Tomahawk a millón y medio de
dólares la pieza. Baratijas.
Pero prolongar ese mortífero
impasse de la guerra civil siria con un bombardeo destinado a
reequilibrar las fuerzas de los bandos enemigos tiene "bonus"
para Israel. Y es la necesaria destrucción previa de las potentes
defensas antiaéreas de Assad, organizadas en torno a los mejores
artilugios de la industria militar rusa. Eso no afectaría al
equilibrio de poder entre los bandos sirios, pues los rebeldes no
cuentan con una fuerza aérea, pero los caza-bombarderos israelís
estarán mucho más seguros si son enviados para arrasar las
instalaciones nucleares de Irán. La mejor ruta para ese objetivo
bordea el sur de Siria, evitando sobrevolar Jordania, y si los
Estados Unidos y la habitual banda de comparsas occidentales hacen el
trabajo sucio despejando el camino para Israel la posición
negociadora de éste país, y vicariamente la de Estados Unidos
mejoraría de forma notable en sus intentos para evitar la posesión
de armas nucleares en manos de Teherán. El evidente peligro será
comprobar, una vez más, como los países sin esas cabezas nucleares,
como Siria o Libia, pueden ser impunemente bombardeados, en flagrante
contraste con la situación en Pakistán o Corea del Norte, cuyas
bombas atómicas salvaguardan su impunidad y sus intereses.
Mientras tanto, en Siria, la
guerra puede eternizarse restaurando el equilibrio con un bombardeo
al bando pujante y suministrando armas a quien se vea debilitado. El
precio lo pagarán los clasificados como daños colaterales; los
sirios inocentes a quienes no importará demasiado si les mata la ya
habitual explosión nocturna de un Tomahawk, una nube escandalosa de
nube de gas sarín o sólo la bala vulgar de un francotirador
cualquiera a cinco dólares el cargador con veinte balas de
Kalashnikov. Naderías.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
23356 | El primo Ignacio Jáuregui - 31/08/2013 @ 10:21:07 (GMT+1)
Enhorabuena. Visión magistral, auténtico 'ojo de halcón' de la inminente ofensiva sobre la pobre Siria, y por extensión, de todas las 'primaveras árabes'.
En 2011 uno hizo un análisis personal sobre la perversa guerra de Libia que creo completamente superponible a la situación actual en Siria, Egipto, o los olvidados Afganistán e Irak: https://www.facebook.com/notes/ignacio-j%C3%A1uregui/ocho-notas-sobre-la-perversa-guerra-de-libia/10150426055454478 y que me permito resumir aquí:
(...) Por encima de todo, todos sabemos que una guerra es un negocio, la madre de todos los negocios. La industria militar se desarrolla a velocidad de vértigo y sus inversiones multimillonarias son más que asimétricas. Los países productores de tecnología militar necesitan que su producto se consuma, y que exista una mancomunidad de países 'aliados' que de uno u otro modo pague la factura (con el beneplácito de Naciones Unidas, mejor que mejor).
A poder ser, conviene que los países 'aliados' pongan también las vidas, para que la factura de 'casualties' se reparta igualmente. Todo ello, siempre que el enemigo a batir sea insignificante, su ejército desigual y su margen de maniobra ridículo. No tiene sentido empezar una guerra en igualdad de condiciones. Otra opción es la de las 'primaveras árabes': Unos 'rebeldes' títeres de la OTAN que formen la infantería, consuman material de la OTAN y avancen por los caminos allanados por los cazabombarderos de la OTAN, ocupándose del trabajo más sucio en tierra y poniendo en riesgo sus propias vidas, en vez de las de los 'aliados'.
Desde Goebbels (y antes también), la propaganda es una parte consustancial de las contiendas. En la era de la imagen y la tecnología, en la que casi es imposible mantener en secreto nada que esté ocurriendo, es increíble que calen mensajes tan contradictorios como los que hemos venido oyendo en las guerras de Irak, Afganistán, Libia, y ahora Siria: a saber, que es lícito que los buenos maten a los malos, siempre que con eso protejamos a la población civil, y que protegemos a la población civil bombardeando con misiles de uranio 'empobrecido' todo tipo de edificios de uso militar conocido o sospechado, además de puentes, carreteras, estaciones, refinerías...
Los políticos profesionales aprenden desde sus primeros pasos el precepto de Maquiavelo por el cual, cuando se delibera la salud de la patria (o sea de sus empresas), no cabe tener en cuenta ni lo justo ni lo injusto, ni lo piadoso ni lo cruel. Desde este prisma, el intercambio de anónimas vidas libias o sirias por un trozo de tarta (en forma de contratos petrolíferos, de 'reconstrucción', etc) no parece descabellado. (...)
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