Hacia una nueva política exterior de España
miércoles 28 de agosto de 2013, 14:11h
Desde la pérdida de las colonias,
incluso antes, la política exterior de España, en lugar de buscar
el cumplimiento de los objetivos nacionales, ha tratado de adaptarse
a los vaivenes de los acontecimientos internacionales que se han ido
sucediendo.
Los fines de nuestra política exterior
han de colaborar con el cumplimiento de los objetivos nacionales,
beneficiando al mismo tiempo, el desarrollo del resto de las naciones
y sin perjuicio de ninguna de ellas.
Entre dos océanos, la política
exterior española ha dependido de las influencias de los bloques,
antaño los diferentes imperios, ahora de las relaciones bimodales
entre los Estados Unidos y la Unión Europea.
Por eso la política exterior de España
debe tener como cuaderno de bitácora un hispanocentrismo en colación
al cumplimiento de nuestros objetivos nacionales, repito, sin
perjuicio del beneficio sinérgico para otras naciones. Es así, y
sólo así, cómo España colaboraría de la mejor manera posible al
desarrollo económico mundial.
Nuestra dependencia exterior, lejos de
dificultarnos el camino, debe confiarnos que el verdadero equilibrio
de nuestra política exterior es con nosotros mismos: nuestra
autonomía como instrumento para cambiar nuestra realidad.
Por eso hemos de ser capaces de
consensuar líneas maestras de política exterior, de espaldas al
oleaje interno y a los cambios de gobierno. Es patético observar las
diferencias intestinas en asuntos tan evidentes como el de Gibraltar
o el de Cuba.
Tras el consenso debemos sustituir el
actual modelo burocrático por actuaciones más avanzadas y modernas,
transformando nuestras embajadas en verdaderos centros de influencia
y adhesión económica, comercial y cultural.
Desde que se creara la Primera
Secretaría de Estado en 1714, pasando por el Ministerio de Estado en
1833, la optimización de los intereses de los gobiernos, de la
nobleza o de la burguesía, han sido determinantes en relación a
nuestra caótica posición exterior.
A veces justificando nuestra posición
interna, como en la II República, de la que salen titulares tan
eminentes como Fernando de los Ríos, Claudio Sánchez Albornoz o
Julián Besteiro.
Con independencia de nuestro disenso
político, tantos años en el cargo convirtió a Alberto
Martín-Artajo (1975-1957) en el ministro de Asuntos Exteriores que
colocó a España en una posición excusable en relación al
nacimiento de nuevas potencias tras la II Guerra Mundial.
Fernando María de Castiella
(1957-1969) fue el encargado de colocar a su vez a nuestro país en
la esfera internacional desde la que logró crecimientos sostenibles,
bien es verdad que soportados por una clase trabajadora sin derechos.
Al fin y al cabo, Castiella fue capaz de que ningún agente externo
evitara nuestros objetivos nacionales, estuviéramos de acuerdo con
ellos o no, en el fondo o en la forma.
Cierto y verdad que el cambio de modelo
de nuestra política exterior debe ser en el fondo, en cumplimiento
de nuestros objetivos nacionales, en la forma, con consensos que
sobrepasen las legislaturas, y, en cuanto a la organización, de
espaldas al actual modelo burocrático que pesa como un lastre en
nuestra cultura y en nuestra política exterior.
@AntonioMiguelC