lunes 19 de agosto de 2013, 17:06h
No estoy muy
seguro si ha sido una corresponsal en Egipto o en Bruselas; da igual. El caso
es que explicando lo que pretende Europa, afirmaba el deseo de la Unión de que
Egipto cumpliera la hoja de ruta y "volviera a la democracia". ¿Volviera? Esa
es la cuestión que los occidentales no terminamos de entender y así nos va: no
se puede volver a dónde nunca se ha estado ni se puede imponer una democracia a
golpe de bombardeo. Sobran los ejemplos
y no hay más que contemplar el panorama de Irak o de Afganistán donde pierden
la vida ahora más gente que durante la absurda pretensión a la que me refería
antes: imponer la democracia -nuestra democracia- por la fuerza. Da miedo
buscar datos fiables sobre el número de muertos en estos países después del
intento de una democratización imposible.
Está pasando en
Siria y en Egipto, la historia se repite. Y mientras todos allí matan y mueren,
aquí nos reunimos y hablamos y hacemos hermosos comunicados exigiendo "la
vuelta" a la democracia que nunca existió y siempre que se trate de países que
están en nuestra órbita, apoyaremos a los golpistas o a los golpeados, según
nos vaya. A ver cuando llega el día en que Bruselas o el gobierno de los EEUU
exigen a los Emiratos Árabes, por ejemplo, no ya una democracia sino la
elemental igualdad proclamada y bendecida en los Derechos Humanos.
La democracia no
se impone desde la fuerza como no se impone la fe; a la democracia se llega
paso a paso cuando nunca se ha tenido. Si algo hay que reconocer a las iglesias
-incluida la Católica- es que desde hace tiempo sus misioneros se preocupan
mucho más de salvar los cuerpos de la enfermedad y de la hambruna, de la
esclavitud de la pobreza y del analfabetismo, que de salvar las almas. Por ahí
hay que empezar, de eso se trata y hasta que eso no se consiga, será imposible
el espectáculo de las urnas. Imposible o ficticio, que tan da.
Y con el mundo
árabe nos encontramos dos problemas añadidos: su propia estructura tribal y por
ahora irreconciliable, y la absoluta subordinación de una posible legislación a
la religión que se ha hecho cada vez más fuerte y más extremista. ¿Qué hacer?
Yo no tengo la respuesta pero si descarto las dos que hasta ahora se han
intentado: ni la guerra soluciona nada -al contrario- ni el buenismo de una
alianza de civilizaciones es posible. Imagino que habría que empezar desde
abajo, vendiendo lápices y vacunas en lugar de armas y convenciendo a quienes
manada en esos países -y hay muchas formas de convencer sin vencer- de que es
mejor invertir en escuelas y hospitales que en palacios horteras y programas
nucleares. Y si hay que recurrir a no admitir cuentas millonarias de dictadores
corruptos, pues habrá que hacerlo. La pregunta no es si los gobiernos están
dispuestos a semejante cosa sino, más bien, si las multinacionales se deciden a
colaborar, incluidas las que fabrican armas y las que guardan dinero teñido de
sangre.