lunes 19 de agosto de 2013, 16:17h
Mientras los dialécticos de salón pierden el
tiempo derrochando su ingenio sobre si fue antes el huevo o la gallina,
queda fuera de discusión el origen de fronteras y contrabandistas. Se
establece la frontera y, de manera inmediata, surgen los
contrabandistas. Nada más prístino para distinguir el efecto de la
causa.
Los contrabandistas y los evasores fiscales causan un perjuicio
terrible a la sociedad y, no obstante, la sociedad los observa
con bastante indulgencia. Si la gente se entera de que un vecino le ha
pasado un billete de 20 euros falso a un ciego, dejan de hablarle. Pero
si ese mismo vecino se ha traído seis cartones de tabaco de Gibraltar
nadie le retira el saludo, aunque el perjuicio que cause suponga
bastante más de 20 euros.
Gibraltar es un nido de contrabandistas. Contrabandistas
gibraltareños y contrabandistas andaluces, que en La Línea y en
Algeciras no todo el mundo se dedica a la pesca o es un contratado de la
Junta de Andalucía. Hay contrabandos tradicionales, como el del tabaco,
y contrabandos más modernos como el de la droga, que, por cierto suele
utilizar los canales del primero. Galicia, donde el contrabando de
tabaco estaba casi institucionalizado, se convirtió en víctima de la
droga en cuanto los contrabandistas de cartones comprobaron que se
sacaba mucho más dinero con un alijo de cocaína.
Si la Unión Europea quiere tomarse en serio ese nido de
contrabandistas y evasores fiscales que son la causa de que estudiantes
se queden sin beca, médicos que pueden salvar vidas no sean contratados,
y parados dejen de percibir el subsidio, debe admitir que no se pueden
poner las cosas fáciles a los contrabandistas, y que hay que implantar
controles minuciosos por mucho que jodan a ese hijo de española que
reniega de su lengua materna, y se cree que es el maharajá del
Atlántico. Y habrá que decirle al señor Cameron que echar la ceniza del
cigarrillo a la taza de té es una guarrada, pero proteger
contrabandistas y evasores que roban a la Unión Europea, no es de
caballeros, sino de personas que se ponen a la misma altura miserable
de quienes tutelan.