lunes 19 de agosto de 2013, 14:30h
Desde aquella
primavera árabe, soñada ingenuamente por un occidente bobalicón, hasta este
verano violento y sangriento, con cierre de embajadas y convulsiones políticas
en el mundo islámico, no ha pasado mucho tiempo. Egipto y sus destronados
Hermanos Musulmanes son un símbolo del error de interpretar como una lucha
entre dictadura y democracia lo que era un combate entre teocracia y pluralismo.
Esos Hermanos no tienen por tales más que a sus correligionarios y al resto de
la población por primos mal avenidos y a sus mujeres por esclavas. Ellos
modificaron sin consenso una Constitución, pusieron a un terrorista a gobernar
Lúxor y prepararon a sus fieles para enfrentarse armados a las fuerzas del
Estado. En Egipto, en Turquía, en Siria, en Libia, en Túnez, en Líbano, en
Palestina, en Pakistán o en otras partes con tensiones menos explicitas, lo que
hierve es la antítesis entre gobierno y desgobierno dentro de unos parámetros
que nada tienen que ver con las convicciones y modales políticos del resto del
mundo. Paradójicamente, en estos y aquellos lugares, los ejércitos son factores
de modernización y seguridad y los clérigos factores de reacción y desmadre. El
laicismo es en estos lugares un síntoma de libertad y la religión un cultivo
del fanatismo. Solo desde la incomprensible ligereza de Obama se pueden dar
pellizcos a un ejército que lucha por el orden y la seguridad de una nación que
es clave de las fronteras con Israel y de las comunicaciones vitales por el
Canal de Suez.
La
irresponsable alegría con que se contempló cambiar seguridad por aventura,
condenando mediáticamente a los antiguos dirigentes, resaltando sus
corrupciones y abusos, como si los nuevos mandatarios trajesen vientos de
juventud y de libertad, ha sido la superficial argumentación para vender un
timo histórico. Fueron preferidos los peligrosos buenos enemigos a los
discutibles malos amigos. Un criterio nada realista. Donde no hay base social
cívica no se puede valorar la situación con apariencias electorales manipuladas
con pasiones arcaicas, odios viscerales e iluminaciones proféticas. El paisaje
se incendió entre gobierno y desgobierno o entre autoridad o anarquía. Entre
los principios de gobierno considerados fundamentales por la civilización contemporánea
es esencial la protección de los derechos de la diversidad cultural y religiosa
y el fomento de la integración y cohesión social de las personas en régimen de
igualdad jurídica. Donde se trata de imponer una subordinación doctrinal a una
Cofradía dominante no puede olerse ningún aroma de primavera. No hay horizonte
de gobernabilidad estable ni esperanza de equidad jurídica. La efectividad de
gobierno se antepone a las pretensiones fundamentalistas. Poder trabajar,
pensar, viajar, comerciar, son cosas más urgentes que confiar en la evolución
mental de los intransigentes. Hay primaveras sin sonrisa en las que solo brotan
flores de sangre. Los muertos a centenares, rebeldes y policías, son la
consecuencia fatal de considerar una alternativa democrática la ocupación del
poder por fundamentalistas iracundos. Una gran nación, depositaria de culturas
milenarias, faraónicas, grecorromanas, cristianas, islámicas, con monumentos
impresionantes, grandes museos, universidades prestigiosas, diplomacia influyente
y prosperidad turística, se ve convertida en campamento para la lucha
fratricida.
Lo fácil y
engañoso es achacar la infamia a unas autoridades militares que no podían
contemplar impasibles la destrucción de la convivencia interna de su país y
que, como es frecuente, tardaron demasiado en intervenir con medidas
extraordinarias. Los pasos graduales para mantener una convivencia sin grandes
estragos había chocado con la ira de los fanáticos, empeñados en imponer su
santa y exclusiva voluntad. Quemar iglesias y atacar a puestos de policía
fueron los síntomas típicos de la barbarie. Los demócratas de plaza y tienda de
campaña son así, cofradías iracundas, con pocas ideas y malas energías,
dispuestos a sacrificarse en las calles por algo que se resolverá en los
salones y que no contará para nada con los alborotadores ni con los muertos.
Que Alá los tenga en su paraíso y el viento de la paz sople sobre las tierras
del Nilo, haciendo flamear una bandera segura, sea quien sea aquel con fuerza y
capacidad para mantenerla alzada.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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