Egipto: la importancia de las reglas del juego
lunes 19 de agosto de 2013, 09:39h
Quizás sea Egipto el ejemplo más
nítido de las llamadas primaveras árabes. Por eso, su proceso sociopolítico
casi puede servir de modelo al mencionado fenómeno. Todo comenzó con el
nacionalismo anticolonial de la postguerra, que tuvo un programa progresista y
modernizante. Cuando el nacionalismo árabe se agotó, lo que quedó de aquel
sistema fueron regímenes políticos personalistas y autoritarios, que apenas
mantenían el discurso nacionalista como decoración. Las primaveras hicieron
caer tales regímenes, reclamando la apertura del sistema político y un difuso
programa de reformas sociales.
La sorpresa, para muchos, ha sido que
la caída de los regímenes autoritarios dejó al descubierto la verdadera
naturaleza de las sociedades que tenían debajo. Unas sociedades complejas y no verdaderamente
integradas en sus raíces sociales, culturales y, sobre todo, religiosas. A poco
andar, la gran interrogante era saber si esas sociedades complejas poseían una
ciudadanía capaz de valorar las reglas del juego de la democracia para poder
alcanzar decisiones colectivas integradoras. Lamentablemente, todo indica que
la ciudadanía sustantiva de esas sociedades no es suficientemente ancha para
que se sostenga sobre ella ese juego democrático.
De esta forma, ha sido imposible el
respeto de las reglas del juego, es decir, el respeto por las elecciones
limpias, el reconocimiento de que el gobierno electo no está por encima de la
ley, de que los cambios constitucionales no pueden ser hechos por mayorías
simples o absolutas, sino que necesitan de mayorías calificadas, porque
necesitan negociarse con el oponente, para alcanzar un consenso suficiente,
etc. En suma, el respeto por las reglas elementales que, por cierto, muchos
indignados, esos que se consideraban hermanos de las primaveras árabes, todavía
consideran formales y superfluas, es lo que permite una convivencia pacífica
cuando se trata de salir de una atadura autoritaria bajo la cual hay profundas
divisiones culturales.
Así, en las primaveras árabes, cuando
tuvieron lugar las primeras elecciones aceptables, la sorpresa (¿?) fue que
quienes ganaron esos comicios fueron las tendencias islamistas, porque son
mayoría, grande o pequeña, pero suficiente, en esos países. Claro, una vez que
el islamismo ganó las elecciones pensó que podía hacer de su capa un sayo
(porque tampoco respeta a fondo las reglas del juego democrático y pretende
imponer sus convicciones al resto de la sociedad). Y cuando ese resto de la
sociedad vio la imposición islamista, en vez de tratar de derrotar al islamismo
en las urnas, ha optado por la vía más expedita de la promoción del golpe de
Estado. Porque dejémonos de paños europeos calientes, lo que se ha perpetrado
en Egipto y amenaza suceder en otros países árabes es eso: un golpe de Estado.
Negar esa evidencia, como está
haciendo la Unión Europea y, mucho más hipócritamente, los Estados Unidos, que
dice ser neutral respecto a los dos bandos, pero que bajo cuerda ayudó al golpe
de Estado en Egipto, no ayuda a nadie en los países árabes. Cierto, había que
ser críticos con el irrespeto del juego democrático que estaban haciendo los
gobiernos islamistas electos, pero jugar a la ruleta rusa del golpe de Estado
como salida, ha conducido implacablemente a Egipto hacia el abismo de la guerra
civil.
Una vez más se pone de manifiesto que
saltarse las elementales reglas del juego democrático, como tuvo lugar en
varios países europeos en la primera mitad del siglo pasado, comenzando por
España, suele conducir a la violencia social y política. Por eso, vuelvo a
subrayar la sabiduría malagueña del ciudadano Banderas, cuando sostiene eso de
que jugar con las bases de la democracia es extremadamente peligroso; como
saben todos los españoles que tienen algo de memoria histórica.
Aunque admito que lo que más me
molesta es que, encima, los enemigos de los fundamentos de la representación,
que proponen sustituirlos por el activismo revolucionario como sistema
político, tratan de aparecer como paladines del progresismo o de la izquierda.
En realidad, el irrespeto de las reglas fundamentales del juego democrático es
profundamente retardatario e involucionista. Olvida que el derecho fundamental
a elegir y ser elegido de manera universal es una conquista del movimiento
obrero hace más de cien años. Y que el desprecio de esa conquista costó
millones de vidas en la Europa del pasado siglo.
Solo cabe esperar en Egipto que el
temor a caer en una guerra civil conduzca a las partes al regreso concertado al
respeto de las reglas del juego. Ojalá.