A modo de exculpación previa,
diré que no soy de los que creen que lo de fuera es siempre mejor que lo que
tenemos aquí en casa. Ni mucho menos. Pero sí digo que España no es Noruega, y
no solamente porque tenemos la clase política que tenemos y ellos tienen la que
tienen. Lo digo, claro, por ese vídeo impagable en el que el primer ministro
noruego,
Jens Stoltenberg, disfrazado de taxista, charlaba con los clientes que
abordaban su vehículo en plan distendido y dicharachero, aceptando de buen
grado críticas y reproches. Y no, no veo a
Mariano Rajoy, ni a
Alfredo Pérez
Rubalcaba,
ni a Rosa Díez, ni a
Cayo Lara, ni, por supuesto, a
Artur Mas, por
poner los ejemplos más sonoros, haciendo de chófer y admitiendo todo tipo de
preguntas -y críticas-- de los pasajeros. Pero tampoco veo, debo
reconocerlo, a los pasajeros de por aquí departiendo respetuosamente con el
político-conductor.
No, aquí en España no podría
darse uno de los espectáculos políticos más refrescantes que he visto desde
aquellas campañas próximas y llenas de vida de
Obama, o desde aquellas
primarias entre los socialistas franceses. Es obvio, ya digo, que Rajoy no es
ese socialdemócrata Stoltenberg que ha elegido el 'cara a cara' -a
través del retrovisor-de un taxi para acercarse a los electores. Pero
también es evidente, y líbreme Dios de querer defender a nuestra clase política
huidiza y que ya, simplemente, no se atreve a mirarnos, que el público español
es, digamos, diferente. Y, si no, escuche usted algunas frases sonrojantes
dirigidas a
Alvarez Cascos, a
Javier Arenas o a
María Dolores de Cospedal
durante los 'paseíllos' que hubieron de hacer, otra peculiaridad
carpetovetónica, estos días camino del despacho del juez
Pablo Ruz.
Espero que no se tome usted
este comentario como un ejercicio de humor, aunque a veces risibles parezcan
algunos comportamientos de la impermeable, endogámica, política española. Y de
la judicatura, y de algunos medios, y de... En fin, que lo del taxista
Stoltenberg sería imposible por estos pagos por algunas de las siguientes
razones:
-Los políticos españoles han
olvidado conducir. Tantos años con chofer, secretarias, jefes de Gabinete, equipos
de comunicación, guardaespaldas y currinches varios han hecho de ellos unos
seres individualmente poco aprovechables para eso que se llama cosas prácticas.
Cuentan que Rajoy se quedó estupefacto cuando supo que, en su visita oficial a
España, el primer ministro finlandés -otro nórdico-- había llegado
acompañado tan solo de un ayudante...y en vuelo regular en turista.
Bueno, la verdad es que
Stoltenberg confesó a algunos de sus sorprendidos clientes que hacía ocho años
que no conducía. Pero eso no invalida lo de la proliferación de chóferes, jefes
de Gabinete y todo lo demás que acabo de escribir, males endémicos de la
faraónica, pomposa, hispanopolítica.
-Los españoles no somos
noruegos. Ya le digo a usted que a saber cómo habría sido el vídeo de marras si
los pasajeros fuesen, por ejemplo, alguno de los afectados por las preferentes,
los de Manos Limpias, los de
Ada Colau, los del 15-m... o, simplemente,
alguno de los viandantes indignados y cabreados que pululamos por las calles
erizados ante lo que cada día filtra el delincuente
Bárcenas desde su celda,
por poner apenas el ejemplo más reciente, que se podrían poner otros muchos. La
falta de sintonía y de respeto a la gente corriente no es la única explicación a
la lejanía habitual de los políticos españoles: es que muchos hemos sido
testigos presenciales de cómo se les abuchea a la primera oportunidad y de cómo
ellos se ven obligados a escurrir el bulto, de manera que resulta imposible ver
a un ministro, pongamos por caso, paseando por las calles o almorzando en un
restaurante, lo que no deja de ser una anomalía (más).
-Los noruegos no son
españoles. Las cosas son como son. Alguna vez he tenido ocasión de visitar el
país nórdico y, aburrido como es, pienso que la convivencia entre el ciudadano
y sus representantes es diferente. En un viaje oficial cubriendo una visita de
Felipe González a Oslo, tuve ocasión incluso de sacar a bailar -algún otro
compañero también, recuerdo, lo hizo-a la primera ministra de entonces,
Gro Harlen Brundtland. Corrían los años ochenta y hay que reconocer que,
entonces y al menos para los muchachos de la prensa, las oportunidades de
contacto directo con los políticos españoles eran mucho mayores que las
actuales, en la que no solamente ya bailar, sino ver en directo a uno de los líderes
afectos al 'plasma' empieza a resultar tarea casi imposible. Claro
que entonces no habían estallado ni Filesa, ni lo de
Mariano Rubio, ni
Roldán,
ni los ere, ni lo de la
Munar, ni Gürtel, ni Bárcenas, ni ninguno de los otros
cincuenta y ocho -58-casos de corrupción que, con diversas
denominaciones, han devastado los territorios de nuestra política.
-El sentido del humor no es
lo que prima en este país malhumorado. Yo creo que las corruptelas, los abusos,
la falta de sinceridad y de transparencia -mire usted lo que hemos sabido
de las últimas comparecencias ante Ruz-son factores que exacerban la mala
'milk' hispana, tan patente entre, por ejemplo, los conductores
madrileños y de la que precisamente los taxistas (nacionales) suelen ser
primeras víctimas y, a veces, victimarios. Los españoles ya no respondemos a
aquel cliché de 'bajitos, morenos y cabreados' porque no somos ni
tan morenos ni tan bajitos; pero la tercera de las características sigue,
intocada, intangible y en auge.
Así que los rasgos de humor
son infrecuentes: si a Rajoy, por poner un caso imposible, se le hubiese
ocurrido lo de disfrazarse de taxista, le hubiesen asaltado cien asociaciones
gremiales acusándole de haber falsificado el carné, los viandantes agrupados
por el 'sindicato' Manos Limpias hubiesen interpuesto una querella
por atentado contra la seguridad vial, los policías municipales hubiesen
protagonizado una manifestación de protesta por aumento de trabajo. Y repito
que habría que haber oído los decibelios de las quejas de los clientes, para no
hablar de las protestas de la oposición acusando al presidente de practicar el
pluriempleo y dejando en el paro a un honrado taxista.
A Stoltenberg, cuando, tras
la hazaña automovilística, le preguntaron si se dedicaría al taxi en el caso de
perder las elecciones, se le ocurrió la respuesta que jamás hubiera dado uno de
los irascibles de la 'casta' hispana: a la vista de cómo conduzco, dijo,
creo que prestaría un mejor servicio a los noruegos si sigo como primer
ministro. Y sonrió hasta el líder de la oposición (noruega, claro), aseguran.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>