Debo confesar que, por
primera vez en tres décadas, dejé de asistir presencialmente a un debate
parlamentario importante; compromisos profesionales me retuvieron en Nueva
York, desde donde seguí parcialmente la comparecencia de
Mariano Rajoy -perfectamente
previsible--, de
Rubalcaba y de los demás -ídem--. Creo que la crónica se
podría haber escrito casi antes de que comenzase la sesión en el Senado.
Fue un acto político al que
los medios norteamericanos, absortos en las equivocaciones de su propio
presidente, que ha dejado que el 'espía' Snowden provoque una crisis
diplomática de altura con Rusia, le han concedido importancia bastante secundaria.
Yo diría que el caso español, ahora que las cifras del paro mejoran y hasta la
señora Lagarde, la miopía hecha persona en el FMI, elogia la trayectoria
económica de nuestro país, está amortizado. Al menos, para los hasta no hace
demasiado tiempo crueles periódicos anglosajones, de color salmón o no. A mí,
desde la distancia, me parece que Rajoy se afianzó, no tanto gracias a los
palmeros nacionales como a la indiferencia con la que su discurso en el Senado
ha sido acogida en los medios internacionales: comparado con Berlusconi, que
eso sí que es un bombazo para la prensa USA, el presidente español es, desde el
punto de vista noticioso, casi nada. Y convengamos, desde luego, en que, desde
un punto de vista ético -y estético-no hay equivalencia entre el
archicorrupto político-magnate italiano y el circunspecto, y yo creo que
básicamente honrado, político-funcionario español.
Claro que una cosa es que
Rajoy haya salvado el cuello, por mucho que algunos se empeñen -es la
labor de la oposición, supongo-en que hay que cortárselo, y otra muy
diferente es haber convencido a la opinión pública. Ya hay encuestas en marcha
para conocer el grado de aceptación ciudadana de las explicaciones del
inquilino de La Moncloa, y me temo que no va a salir demasiado bien parado. Lo
que yo vi --insisto: desde la distancia-- me dejó con ansias de más. Más
explicaciones, sin duda, entrando a fondo en los 'papeles' del por
fin nombrado Bárcenas. Pero, sobre todo, más perspectivas políticas. ¿Cómo es
posible que Mariano Rajoy, que es un profesional de la cosa desde hace tiempo,
no aprovechase la ocasión para plantear una reforma política de gran calado,
incluyendo la desde su punto de vista por lo que parece intocable Constitución?
¿Cómo no planteó nuevamente ese gran pacto del Cambio, que, gracias al maldito
Bárcenas, se ha alejado para varios años?
Y ya que estamos: ¿cómo no lo
hizo Rubalcaba, que tiene aún mayor experiencia que Rajoy? ¿Cómo no lo hizo
casi nadie? El 'pleno parlamentario extraordinario Bárcenas'
debería haber tenido una segunda parte, la del 'pleno extraordinario de
la regeneración política en España'. Seguramente, los titulares de los
medios hubiesen sido diferentes y Rajoy habría, acaso, obtenido algunas líneas
más en el 'New York Times'. Y quien suscribe, en lugar de alegrarse
de haber estado a miles de kilómetros de un debate con tan poca sustancia,
lamentaría habérselo perdido, mecachis.
>>
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>