La semana política va a estar
presumiblemente dominada, claro, por la comparecencia parlamentaria de
Mariano
Rajoy. Me dicen que la está preparando exhaustivamente, como es lógico. Y que
procurará alejarse de dos peligros: dar la sensación de que sobrevuela, sin
entrar a fondo en él, el
'caso Bárcenas', es el primero de estos
riesgos. El segundo, ofrecer la impresión de que España entera pende de los
informes que va filtrando, día a día, el recluso más famoso -que ya es
decir-de Soto del Real. Porque Rajoy no tiene que defender su gestión
solamente de las acusaciones que se derivan de la instrucción y de las malevolencias
del ex tesorero: el presidente del Gobierno y del PP tiene que hacer más, mucho
más, para recuperar la confianza ciudadana, que se le ha escapado a chorros.
No soy yo quién para dar
consejos al presidente, aunque este es un riesgo que siempre nos atrapa a los
periodistas. Pero, si tuviese que apostar, lo haría por que Rajoy sí
introducirá ahora la palabra 'Bárcenas' en su parlamento, evitando
así que
Rubalcaba -que también se juega mucho en este envite-y otros
portavoces de la oposición ridiculicen sus 'omisiones'. Rajoy sabe
coger el toro por los cuernos cuando no queda otro remedio -a veces 'in
extremis'--. Y esta vez, sospecho, lo hará. Aunque haga tambalearse a una
parte del PP. Lo urgente es que los ciudadanos recuperen una parte de la fe que
han perdido en sus representantes, es decir, en su clase política en general y
en quien gobierna muy en particular.
Y las encuestas dicen que
Mariano Rajoy saldrá al atril en el hemiciclo de la Cámara Alta muy solo en lo
que a credibilidad se refiere: la mayoría de los encuestados parece convencida
de que sí, hubo sobresueldos en negro; sí, hubo intentos de 'tapar'
las irregularidades -vamos a llamarlo así-de Bárcenas; sí, se han
dado conductas en la sede del partido gobernante incompatibles con la ética y
la estética políticas, y quién sabe si también con los preceptos del Código
Penal. A todo esto habrá de hacer frente el hombre que, no estoy seguro que
del todo voluntariamente, va a salir a torear, frente a todos, y asegurado
solamente del aplauso incondicional de su grupo, en el ruedo del palacio del
Senado.
Pero ya digo que no puede
agotarse en Bárcenas el destino de la nación. Me consta que hay quienes tratan
de impulsar a Rajoy -complicado intento-para que diseñe un programa
reformista, altamente reformista, de futuro. No basta con asegurar que los
vergonzosos episodios políticos que hemos vivido no van a repetirse, no pueden
ya repetirse. No vale con hablar, sacando pecho, de lo ya hecho o de lo que está
en trámite de hacerse: el país aguarda, creo, un guiño sobre la reforma
constitucional pendiente, sobre mejoras en la reforma laboral, una mano tendida
nuevamente a la oposición para acordar cambios en materias altamente sensibles,
nuevas vueltas de tuerca legales contra la corrupción, contra la cerrazón de
los partidos políticos. La nación quiere, y esto es una certeza más que una
sospecha, una modificación radical de usos, costumbres y reglas en las
administraciones públicas. Más democracia, en suma: otra manera de gobernar.
Que, al menos, la sacudida nacional experimentada con el lamentable 'caso
Bárcenas', que acompaña a otra docena de 'affaires'
relacionados con la mala administración 'política' de los fondos,
sirva para algo. Ahí mostraría Rajoy que sí, que, pese a todo, sabe ser un
estadista.
>>
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>