Comprendo que le sorprenda, querido lector, el título de
este comentario: 'permítame, con todo, ser optimista'. No, no es
que no siga golpeado por la tragedia, por esas imágenes de gentes desesperadas
buscando a los suyos, por ese dolor ya irreparable de quien ha perdido a una
persona querida; me va a costar mucho ir al funeral del amigo -en mi
caso, de
Enrique Beotas-- y ver el rostro de su viuda y de su hija. Y lo mismo les
va a ocurrir a tantos en otros ochenta, o quizá más, actos parecidos por toda
España. Pero es que resulta forzoso decir, decirse, que la vida sigue, que hay
que sobrevivir al espanto, que lo imprevisto es un golpe del destino, pero que
el destino no puede anonadarnos, ahogarnos en la pena: sé que esto es
especialmente duro para quienes han sido sacudidos de cerca por la
monstruosidad de la catástrofe, pero no nos queda otro remedio que
sobreponernos: hay que seguir, qué remedio.
Y aquí cabe lo que proponía, amable lector/a, en mi titular:
hay que seguir con una sonrisa de esperanza, aunque sea enjugándose esa lágrima
que al menos a mí me rodó por la mejilla una vez en este tristísimo día de
Santiago. Cabe la esperanza al ver la solidaridad de todo un país volcado en el
socorro. Cabe también porque hemos visto un espectáculo de unidad, incluso política,
que nos muestra que, más allá de las polémicas y de las viejas reyertas
patrias, hay cosas que se colocan por encima de la mezquindad, incluso de esa
tradicional mezquindad que consiste en ir a la fuente del dolor para
fotografiarse. Debo decir que, más allá de la búsqueda de responsabilidades,
inevitable y necesaria, más allá de la igualmente conveniente denuncia de
fallos puntuales en las tareas de socorro e información, pienso que hay que
sentirse satisfecho de cómo han reaccionado casi todos los estamentos
inmediatamente después del accidente en Santiago: policía, bomberos,
sanitarios, voluntarios, donantes de sangre, los propios viajeros
supervivientes...Me gustaron las lágrimas de Núñez Feijoo, la sobriedad de
Rajoy, la presencia de los reyes juntos. Me han gustado el tono de los medios
de comunicación, los mensajes de la sociedad civil. Un país en marcha, que no
se dio tiempo para inmovilizarse sintiéndose anonadado. Un país que, con
cuantas deficiencias usted quiera, funcionó; por eso me permito rogarle que,
con todo, nos quepa una brizna de optimismo.
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