Y los móviles seguían sonando
jueves 25 de julio de 2013, 16:41h
78 muertos y más de cien heridos. No hay
dos accidentes de tren iguales pero, según los expertos, todos obedecen a
más de una causa. El accidente del tren que descarrilló en las
inmediaciones de Santiago de Compostela la víspera de la fiesta del
Apóstol, lo recordaremos siempre por la terrible cifra de víctimas y,
también, por la sospecha del exceso de velocidad que pudo precipitar el
accidente. Es pronto para saber qué es lo que de verdad ocurrió pero la
investigación está en marcha y serán las autoridades judiciales quienes
otorguen valor a la conversación registrada momentos después del
accidente entre uno de los maquinistas que resultó magullado y sus
compañeros de la estación de Santiago. Ya digo que los expertos evalúan
siempre como posibilidad la existencia de una concatenación de factores.
El trazado en curva dónde se produjo el descarrilamiento y -dada la
proximidad a la estación- la ausencia en ése tramo del sistema
automático de corrección de velocidad del que están equipados las vías
de la Alta Velocidad, serán sin duda, factores que los investigadores
tendrán en cuenta.
Al margen del origen de la tragedia ,tengo para mí que junto a las
informaciones que describían el dolor y ansiedad de los familiares de
los viajeros que iban en el tren y comparecían angustiados en los medios
buscando noticias de los suyos en las horas de la noche más larga
vivida nunca por los habitantes de Santiago, lo que también nos ha
conmovido a todos los españoles ha sido la respuesta de los vecinos, de
las gentes que viven en las inmediaciones del lugar en el que descarriló
el tren.
Todo fueron manos y brazos intentando ayudar, forzando las vallas
que protegen el trazado de las vías, aportando mantas para cubrir a los
muertos o cobijar a los heridos. Junto a ellos la labor de policías,
bomberos, médicos, asistentes sanitarios, voluntarios de Cruz Roja,
autoridades, etc... cientos de profesionales de distintos cuerpos e
instituciones volcados en la terrible tarea de introducir orden en el
caos sobreponiéndose al propio dolor. Dolor incrementado por la visión
de cada uno de los cuerpos que extraían del amasijo de hierros en el que
habían quedado convertidos alguno de los vagones. Alguno de ellos ha
relatado que mientras buscaban supervivientes entre los hierros
retorcidos o cuando extraían los cuerpos de alguna de las víctimas,
sonaban teléfonos móviles ocultos a la vista en el interior de bolsos de
mujer, en mochilas, en bolsillos de chaquetas desperdigadas...
Esas llamadas para el muerto, esas llamadas de familiares
angustiados porque sabían que uno de los suyos viajaba en el tren ,ha
sido una vivencia añadida de dolor que quienes atendieron a las
víctimas tardaran en olvidar. ¡Qué desconcertante es la vida! Cuando
todo en Santiago estaba preparado para la fiesta, por sorpresa, para
muchos de los pasajeros del tren, la muerte impuso su noche. Noche
eterna. Todos tenían otros planes. Descansen en paz. Y que las prisas
por cerrar cuanto antes el caso no empujen, como ocurrió en el pasado, a
cometer dolorosos errores en la identificación de las víctimas.