Matar al mensajero ha sido siempre deporte muy practicado
entre los poderosos, acérrimos enemigos de la frase anglosajona según la cual "noticia
es todo aquello que alguien no quiere que se publique". Uno de los muchos
efectos perversos del 'caso Bárcenas' ha consistido, mucho más allá
de provocar las angustias de
Rajoy 'et alia', en desatar una
guerra mediática, en la que unos acusan a los otros de ser cómplices del
vengativo ex tesorero y los otros acusan a los unos de complicidad para salvar
al Gobierno. Mal asunto cuando los mensajeros se matan entre sí.
Pero hay más efectos de la irrupción de prácticas vergonzosas
del pasado, que eso es, en suma, lo que parece estar desvelando, suponiendo que
todo sea cierto, ese
Bárcenas que derriba las columnas del templo. Porque es también
mal asunto cuando, para salvar a un Ejecutivo, o a unos cuantos dirigentes de
un partido, se acude a las veladas acusaciones a la Justicia, argumentando
cosas tales como que determinado juez "se está cargando la democracia"
(y esto se ha dicho tanto del magistrado
Ruz, que instruye los presuntos
desmanes de Bárcenas --¿y compañía?-como de la juez
Alaya, que instruye
lo de los ERE andaluces). Mal, muy mal asunto cuando se lanzan sospechas contra
el fiscal general del Estado, cuando se pone en entredicho la actuación del
ministro de Justicia en materias en las que debería ser estrictamente imparcial,
o quizá por serlo.
Mal asunto cuando al Parlamento se le hurtan los debates que
más encrespan a la opinión pública. La imagen de ese Congreso de los Diputados
como envuelto y empaquetado por obras es todo un símbolo. Mal asunto, en fin,
cuando las máximas instituciones del Estado, es decir, el propio Rey, tienen
que tirar continuamente de teléfono para apagar los incendios que una clase política
torpe desencadena, mientras a la
Reina la abuchean inmerecidamente en Asturias. Y hablo ahora
tanto de los silencios y escapismos de Rajoy como de los giros de una oposición
que ayer apoyaba al Ejecutivo y hoy pide contra él cosas variadas, desde la
dimisión del presidente hasta el fin de la Legislatura y nuevas
elecciones, desconcertando aún más a una ciudadanía que ya estaba atónita, me
parece. Para colmo, llega un por cierto muy digno representante del
nacionalismo catalán y ofrece apoyo a la moción de censura contra Rajoy...a
cambio de respaldo a la consulta secesionista. Pues eso: mal asunto.
En suma, resulta que el 'caso Bárcenas' está
haciendo volar en pedazos no solo la credibilidad del arquitrabe político, sino
el sistema de equilibrios de
Montesquieu. El Ejecutivo anda como en fuga, el Legislativo
ya se ve (o, mejor, no se ve, cuando este miércoles va a cerrar sus puertas por
vacaciones) y al Judicial simplemente no se le respeta. Y, en cuanto al llamado
cuarto poder...
Jamás una exclusiva periodística ha sido fruto de otra cosa
que de las revelaciones de un contable que no cobra (Filesa), una amante
despechada (Juan Guerra), una sed inmoderada de venganza (Bárcenas), una
rivalidad política, un miedo indignado (
Edgard Snowden) o una rivalidad
comercial. Apañados estaríamos los periodistas si exigiésemos pureza de sangre
a nuestras fuentes. Lo único que nos cabe es investigar si lo que alguien,
movido casi siempre por oscuros motivos (o por presuntamente altos ideales, eso
no importa demasiado), nos cuenta es o no verdad. Y, si lo es, hay que
publicarlo. Luego, podemos debatir acerca de lo bien o mal enfocada que está
una información, o sobre el protagonismo que quieran darse los periodistas, o
sobre qué posicionamiento tiene determinado medio en el tablero político, lo
cual, por cierto, es no solo perfectamente legítimo, sino casi, con la que está
cayendo, hasta obligado.
Pero ya digo: me parece que extender a los poderes que
sustentan al Estado la pugna moral que han desatado tantos casos de corrupción
como han asolado -porque afortunadamente todos ellos son cosa del pasado,
aunque con proyección sobre el presente-a este país nuestro, es lo más
demencial que nos puede ocurrir. O que le puede ocurrir a nuestra democracia,
que, ya se ve por múltiples indicios, sigue siendo más bien frágil todavía. Mal
asunto, en efecto.
>> El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>