Si lo miramos con ojos escépticos, o
incluso gubernamentales, nada ha pasado.
Bárcenas declaró, y
Rajoy se quitó el
polvo del uniforme límpido. Ahora mismo, ignoro en su totalidad lo que el ex
tesorero del PP Luis Bárcenas dijo (o
no) ante el juez Pablo Ruz; en principio, parece que no le conviene, más allá
de sus ansias de 'vendetta', mostrarse demasiado locuaz, aunque se ha puesto la soga al cuello al
admitir la autoría de la preseunta contabilidad 'B?, del PP, una autoría
que antes negaba. En todo caso, la catástrofe para Rajoy, que parece seguir instalado en el 'nada
pasa, nada importa', ya está servida: en la mañana del lunes no había tertulia radiofónica en la
que no se especulase sobre la conveniencia o inconveniencia de la dimisión de
Mariano Rajoy.
Para no hablar ya de cómo está de ardiente la prensa
internacional, y no solamente, por cierto, la europea. El domingo, el PSOE dio un nuevo portazo 'rompiendo relaciones' con el PP y
exigiendo, en tono especialmente duro dentro de lo que se le conoce a
Rubalcaba, la inmediata marcha del inquilino de La Moncloa, el palacio de falsos mármoles donde se aprecia
un silencio denso que fue roto
a primera hora de la
tarde del lunes, porque
el presidente tenía una
comparecencia conjunta con su colega polaco. Silencio roto, por cierto, para no decir casi nada que no
se esperase: Rajoy recalcó su buena fe y su inocencia, como no podía ser de
otro modo, pero perdió la oportunidad de mostrarse creíble.
Cierto es que ha habido patentes inexactitudes -vamos
a llamarlo así-en el relato desde el PP de lo que han sido las relaciones
con quien durante
tantos años controló las finanzas del partido que hoy gobierna a los españoles.
Cierto que a Bárcenas se le toleró demasiado durante demasiado tiempo. Cierto
que la figura del ex tesorero ha dividido al PP entre 'patentemente
inocentes' y 'sospechosos' procedentes de los antiguos
tiempos. Cierto que, en este maremagnum,
la figura de
Ruiz Gallardón, que anda como de perfil, adquiere unos tintes que
él también deberá explicar. Cierto
que...
Pero es Rajoy quien más ha de explicar. Su política de
silencio, más acentuada aún en este mes de julio, que está siendo de pasión
para él, es, simplemente, suicida. Hay mucha gente en este país que teme una
quiebra súbita del Gobierno, por las consecuencias internacionales y económicas
que ello tendría, y no, desde luego, porque el presidente esté generando una
corriente de simpatía en la opinión pública. Hasta ahora, las consecuencias de
su silencio y de las simplezas que sueltan algunos portavoces oficiales han supuesto una pérdida aún
mayor de la credibilidad del partido que gobierna, una evidente fractura en el
PP y la necesidad de que la oposición se embarque en el peligroso juego del
'váyase, señor Rajoy', que ha arrasado con aquellos tímidos brotes
verdes de consenso que durante unos instantes nos alborozaron.
Es decir, todo el arquitrabe político salta por los aires,
cuando el Rey, que regresa a su actividad exterior, en Marruecos, vuelve a
prestar sus servicios con una actividad telefónica que nos aseguran frenética
en busca de sofocar incendios
internos. Y lo mismo pretenden los grandes empresarios, agrupados
en torno a Rajoy y, dentro de unas horas, apoyando el viaje del Monarca a
Rabat.
El incendio, no obstante, está ahí. Cierto que la
trayectoria democrática española, de algo más de tres décadas y media, ha
estado plagada, como la de la mayor parte de los países, de incidentes que
afectaban a la marcha de la propia democracia. Pero cuesta recordar, desde los
tiempos de Filesa, una situación política más complicada que la actual, en la
que los perfiles se vuelven más complicados de diseccionar, más inciertos. Ya
hemos dicho en otras ocasiones que pensamos que una dimisión de Rajoy, como
piden no pocos columnistas y tertulianos, amén de la mayor parte de la oposición,
sería inconveniente en la actual coyuntura española. Pero...
Pero así no se puede seguir, por mucho que el presidente
piense que se puede llegar con bien a las playas vacacionales y, desde allí,
prepararse para un septiembre más benigno. Y tampoco parece que una
comparecencia conjunta con el visitante polaco, un acto en el que las preguntas
suelen estar habitualmente tasadas a dos o tres informadores, pueda ser el
escenario idóneo para una explicación completa, convincente, del jefe del
Gobierno y presidente del PP: el hombre con mayor poder en España y, sin
embargo, el más atribulado. El más responsable de lo que vaya a ocurrir, por
mucho que en su entorno se empeñen en culpar a periodistas de El Mundo (y no
solo), a abogados de bufetes varios, a magistrados de la Audiencia Nacional
y prácticamente a todo el que pasa por ahí, es ese hombre, hoy acosado, quizá
injustamente acosado -pero eso ahora qué importa--, llamado Mariano
Rajoy. Y nada, que es inútil que se
refugie tras las espaldas del 'premier' polaco: los viejos espíritus
de la España
democrática llaman a su puerta, en busca de más explicaciones.
>> El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>