lunes 15 de julio de 2013, 16:41h
En la historia de Pedro Saputo, cuenta Braulio Foz que en Almudévar el
herrero mató a su mujer y fue condenado a la horca. No obstante, antes
de ajusticiarlo, los vecinos comenzaron a mostrar su preocupación,
porque era el único herrero del pueblo, con lo que se quedarían sin
posibilidad de arreglar los aperos de labranza. A la vez, comenzaron a
observar que había demasiados tejedores, y que si hubiera sido un
tejedor el que hubiese asesinado a su mujer, el pueblo se hubiera
quedado más equilibrado. A partir de ese momento se impone el
pragmatismo y, ante el asombro de Pedro Saputo, contempla cómo al
herrero se le perdona la condena y, en su lugar, se ajusticia a un
tejedor.
Me he acordado del pasaje de esta novela picaresca, porque me
parece que estoy pasando por un estadio de emociones y sentimientos tan
mostrencos como los del pasaje de la novela. Mariano Rajoy no ha
asesinado a nadie, pero mal aconsejado por pésimos asesores, está
quedando como una persona sobre la que se sospecha que nos ha mentido, y
no hay cosa que más me indigne que un político mentiroso, aunque puede
que político mentiroso sea una expresión redundante. Y, sin embargo, la
mayoría de las personas sobre cuyos conocimientos y criterios me fío, me
dicen que Mariano Rajoy ha embridado el peligro del rescate que hubiera
sido una ruina para España, y ha logrado que estemos en una situación
que nadie habría creído posible hace año y medio. Es entonces, cuando
comienzas a notar que te pones de parte del herrero, y, sin querer,
buscas a ver si existe algún tejedor, aun sabiendo que eso es aberrante.
Y, a pesar de la falta de ética y del cinismo que supone, sueñas con un
tejedor como Bárcenas -¡hay tantos tejedores de contabilidad!- que
cargue con la culpa, porque intuyes que, en esta situación, quedarnos
sin el herrero sería un desastre para Almudévar, quiero decir para
España.