Hay dos
clases de personas: las que tienen perro, y las que no. Entre las primeras
están también las que lo han tenido, es decir, las que saben. Y dos clases de
escritores, según lo mismo.
Es curioso
que el animal de los escritores suele ser el gato. Desde Baudelaire a Borges,
pasando por Guillermo Cabrera Infante
y Julio Cortázar, cienes y cienes.
Claro que con perro también los conocemos: Sirio
-el perro de Orión- se llamaban los perros de Vicente Aleixandre, y Troylo
se llama el de Antonio Gala, y Cecil el que Manucho Mujica Láinez hizo protagonista y narrador de una novela
suya. Ahora tengo delante, recién leídos, dos libros: en uno, habla el perro.
En el otro, el narrador cuenta lo que le pasa. Son historias muy distintas, y
modos de narrar completamente diferentes. De lenguas y culturas distantes, de
fechas también separadas por medio siglo. Y los protagonistas no se parecen, pero
tienen algo en común, además de la fidelidad, el amor y esa percepción profundamente
inteligente y entregada: el abandono y la lucha por la vida. Y algo más: los
dos libros están hablando de personas, de sociedades y de maneras de entender
el mundo. Me llamo Lucas y no soy perro,
de Fernando Delgado, recién
publicado por Planeta, lo presenta la semana que viene Elvira Lindo en una fiesta a la que están invitados con sus perros.
Yo a lo mejor voy con mi Pibe, y lo
digo para que se vaya viendo que soy perruna. El fiel Ruslán, de Gueorgui
Vladimov, escrita en los 60, y publicada
originalmente en Alemania en 1978, ha sido traducido del ruso por Marta Rebón y editado por Libros del
Asteroide.
Y digo que
no tienen nada qué ver. Salvo que.... Ruslán
es un guardián de un campo de trabajo del Gulag soviético. Cuando se vacían
los campos, los guardianes le abandonan con los demás perros. La jauría está
servida y la perplejidad -es desde su perspectiva que lo escribió este
disidente ruso- se une a esa cierta desesperación y a una crítica brutal al
sistema y a la manera de terminarlo. Es la condición humana la que se juzga y,
me temo, se condena.
Lucas es un labrador de compañía, él es el que habla, y cuando una empieza a
leer, parecería que entra en una historia suave, un poco fantástica -es un
perro que quiere ser niño, y comparte habitación con un niño que quiere ser
perro- y que no le falta hablar: habla. Habla. (¿Quién no sabe que su perro
habla?) O sea, que parece una historia de las que una agradecería de vez en
cuando, aunque sólo sea para contrarrestar la sordidez de los telediarios y el
asalto de la cotidianidad. Pero claro: no. Lucas
mira y habla: ¿pues no está narrando el libro?. Ocupa un sitio -importantísimo-
en la corriente de afectos que es una familia: y, por si no lo sabíamos, Fernando Delgado se encarga de ir
introduciéndonos en ese conglomerado de cariños, celos, incomunicación,
solidaridades, de buen y mal rollo, que se va dando ....y que Lucas siente y padece -y disfruta cuando
toca, y de lo que forma parte, también causal- con más conciencia cada vez. Y
sufre. No les voy a destripar la novela, que es maravillosa, sólo quiero
recomendársela. Que no es un cuento para niños, y conste que no tengo nada en
contra: leo, como manera de escaparme sin moverme de casa, muchas historias
para niños...
Por ejemplo,
acabo de leer, también, Alas para un
corazón, de David Almond, recién
aparecida en Nube de Tinta. En ella no hay perro que yo recuerde: hay un gato
que se llama Susurro, y muchos
pájaros -mirlo, búhos leonados, palomas petrificadas, insectos... aj, qué asco- y
un niño hipersensible, y una niña sabia, y un rarísimo ser que me recuerda un
poco al mendigo de Lucas pero en plan sobrenatural, y el miedo y el milagro de
la vida.
Todos los
días, en mi FB, me aparecen llamadas a ayudar y acoger a perros abandonados.
Muchos, demasiados días, me aparecen fotos terribles de perros maltratados.
Muchos días firmo peticiones para que se pasen por la ley esas barbaridades que
son las peleas de perros. Todos los días pienso en la cantidad de miseria y
maldad que puede esconder la supuesta alma humana. Les transcribo la cita
epilogal que Fernando Delgado ha
puesto en Me llamo Lucas y no soy perro:
es de Lord Byron, se titula Epitafio para un perro, y reza: "Cerca
de aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la
fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad, y todas las virtudes del
hombre sin vicios".
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'
