De Bárcenas y el miedo al outsider
lunes 08 de julio de 2013, 07:46h
Bueno, ya lo
sabemos, Bárcenas ha empezado a soltar los sapos y culebras que
lleva dentro del cuerpo. La carta del director del diario El Mundo,
Pedro J. Ramírez, relatando este domingo su conversación de cuatro
horas con Bárcenas antes de que éste entrara en prisión es sólo
la entradilla o los prolegómenos, por decirlo en clásico. La
impresión de ambos de que el Gobierno de Rajoy estaría acabado si
todo el enredo saliera completamente a la luz, parece asentada en un
juicio sensato.
Como ya
dije, la ciudadanía estaría dispuesta a tragarse el sapo del
escándalo Bárcenas, con tal de que las cosas en España no
empeoren; pero eso también tiene sus límites: el primero de ellos,
que el sapo no sea demasiado grande, porque si llega a serlo, si
adquiere un tamaño descomunal, no habrá garganta que pueda
tragárselo.
Tal como
están ahora las cosas, caben algunos escenarios probables. Uno de
ellos es que la bomba estalle en toda su dimensión y que el Gobierno
no tenga más remedio que dimitir. Ya sabemos que, también por
responsabilidad, Rajoy se va dejar la piel en el intento de que eso
no llegue a suceder. Pero tengo la impresión de que las cosas se le
están escapando de las manos.
El otro
escenario probable es que el buque gubernamental, torpedeado bajo la
línea de flotación, completamente escorado a babor, consiga llegar
hasta la próxima campaña electoral. Ahora bien, entrar en la pista
electoral con las actuales ropas, coloca al PP pero también al PSOE,
torpedeado asimismo por los ERE andaluces, ante una crisis tan brutal
de credibilidad, que supondría sin remedio un terremoto para el
actual sistema político, a partir del cual podría suceder cualquier
cosa.
No soy de
los que cree que la afectación brutal de los principales partidos
del país, vaya a ser la oportunidad de oro de la llamada "izquierda
real". Podrá aumentar su apoyo electoral, pero nunca como para
poder formar gobierno. Y así, en esta perspectiva, llegamos al tan
temido fenómeno del outsider
populista. Esto ya ha sucedido en varios países latinoamericanos,
desde Fujimorí hasta el coronel Hugo Chavez, pero más recientemente
ha comenzado a aparecer en varios países europeos (quizás el caso
más patente sea el de Berlusconi en Italia). Y por ello, algunos
círculos políticos ilustrados en España han empezado a reflexionar
sobre ese peligro.
Como no creo
demasiado en las casualidades, ahí está el artículo de Moisés
Naím, "¡Échenlos a todos!", en el frontispicio dominical del
diario El País, donde el autor explica que el hartazgo de la
ciudadanía de políticos impresentables, puede llevar a que surjan
figuras populistas que tienen un discurso antipolítico y de combate
a los políticos tradicionales. Naím explica que la salida del juego
de esos partidos es la parte menos complicada del asunto, pero que la
cosa se complica cuando los outsiders llegan al poder porque suelen
aferrarse al éste como lapas y luego los problemas de corrupción
política y de la otra se multiplican. Es decir, no parece que esa
salida sea la mejor.
Un tercer
escenario, el menos peligroso para el sistema democrático,
consistiría en la capacidad de los dos partidos que mejor recogen la
sensibilidad progresista y conservadora del electorado español, PSOE
y PP, de adquirir una enorme capacidad de regeneración de aquí a
las próximas elecciones. Si, ya sé que mencionar esta opción
despertará una sonrisa en muchos. Y esa sonrisa tienen poderosas
razones: parece muy difícil que esa regeneración, incluyendo la
sustitución de liderazgos, pueda suceder en tan corto tiempo. Pero
no estoy muy seguro de que la urgencia que tienen algunos de reventar
la actual legislatura sea la mejor solución. Sobre todo porque nada
asegura que no esté planteada cerrando los ojos o lo que es peor,
pensada a partir de algunos outsiders que están esperando esa gran
oportunidad.
Tengo pocas
dudas de que hemos llegado a una fluida situación de salidas
inciertas, de esas que necesitan evitar los análisis groseros y
agudizar el ingenio. Y que también nos muestran la verdadera calidad
de la ciudadanía, por decirlo evitando caer en aquella idea manida
acerca de la sabiduría de los pueblos.