domingo 07 de julio de 2013, 09:19h
Tú
eres lo que amas, leo en La
broma infinita
de David Foster Wallace, y añado que también lo que odias. Pues no
puede existir lo uno sin lo otro, salvo que aceptemos que erraba
Platón en su Teoría de los Contrarios. La propia naturaleza está
llena de amor y odio. Se percibe con gozo la majestuosa cortina del
atardecer de la Mancha, y con angustia el mar desbocado sobre los
árboles y las casas. Se siente con ternura la mirada humana de un
galgo, y con desconfianza la que sale de los ojos extáticos, fríos,
hundidos, amargos, de José Bretón, cuando mira desde la esquina del
ring de los juzgados los testimonios de sus múltiples acusadores.
Esos ojos ponen los pelos de punta.
El
viento de Las Quemadillas a veces se pasa por allí, y entonces huele
a piel quemada, a ceniza y tierra oscura. Huele a sangre ausente.
Pero su piel no se eriza y sus ojos miran sin tristeza la angustia de
una madre que no puede entender que el odio llegara tan lejos. Allí,
en los juzgados, que aguantan el hielo de esa mirada día a día, las
lágrimas se desbordan como el agua de una fuente taponada. Hasta los
mismísimos policías, hartos de ver historias abominables, dicen que
jamás imaginaron verían tanta maldad comprimida.
Dicen
los expertos que al no aparecer los cuerpos, ni pruebas físicas de
su ausencia, el tipo gélido de los ojos de estatua puede irse de
rositas. Que por más que se amontonen indicios, huesos humanos en la
ceniza, grabaciones sugerentes, paseos extraños, no se podrá crear
la prueba definitiva. Y si eso es así sería terrible que este
moderno Saturno cumpliera con el fuego de su mente. Nos quedaríamos
con el hambre de justicia en los labios. Qué difícil es hacer
coincidir la verdad judicial con la verdad real. Sin embargo, el
común de los mortales pensamos que la abominación vuela por la
Sala, que el odio forja su tragedia, que la sombra se cierne sobre el
aire callado. Los niños no pudieron disiparse. El secuestro ya no
tendría sentido. Sí, pensamos que allí está viva la máscara de
la venganza más cruel.
Somos
lo que odiamos, escribe también Foster Wallace en otras páginas de
La
broma infinita,
título que es una hermosa rebeldía contra lo divino. Y estoy seguro
de que si el escritor americano hubiese conocido a José Bretón, lo
habría incluido en su libro Entrevistas
con hombres repulsivos. Habría
interpretado con su prosa exuberante e imaginativa el pus de esa
mirada llena de ausencia y maldad. Habría exprimido su conciencia
para decirnos cómo son los chispazos de energía negativa que la
surcan. Somos lo que amamos y lo que odiamos, lo que nos entristece o
nos exalta, lo que destrozamos y lo que creamos. Así de
contradictoria, compleja y oscura es esta extraña aventura de la
vida.