viernes 05 de julio de 2013, 16:49h
En Egipto no ha habido un golpe de Estado; ha
habido dos. Tres si se cuenta el que, también con la intervención del
Ejército, derrocó a Hosni Mubarak en la "primavera" del invierno de
2011. Pero si no se cuenta éste, pues la presión popular fue
determinante y los pueblos no dan golpes, sino que se rebelan, el actual
sería el segundo y respuesta del primero, el golpe "democrático" de
Mursi y sus Hermanos Musulmanes, no menos golpe de Estado por haber
metido, profanándolas, las urnas por medio.
Los golpes de Estado propiamente dichos los dan los militares,
esto es, los que disponen de la herramienta y de la organización para
darlos, pero no son los únicos golpes, ni mucho menos. Hoy, en Europa,
asistimos a las consecuencias de un triunfante golpe financiero que se
ha apoderado de las instituciones comunitarias, de los restos de las
soberanías nacionales y hasta del dinero de la gente. Con ese golpe,
mortal por cierto para la democracia, el derecho y la civilidad, los
ricos han hecho su revolución, y trufada, como todas pero mucho más, por
toda clase de excesos. Pero también está el golpe de Estado político,
pseudodemocrático, que se vale de las poderosas armas de la traición y
de la mentira para la conquista del poder, tal cual Mursi hizo en Egipto
al dar gato por liebre incluso a la exigua mayoría que le otorgó su
confianza. O dicho de otro modo: se valió de la euforia revolucionaria
de un pueblo necesitado de revolución para endosarle un régimen
reaccionario y clerical. Prometió pan y libertad, y ni lo uno, ni lo
otro.
Pero no hay que irse muy lejos, tan lejos, para apreciar la
naturaleza de ese tipo de golpe "democrático": cualquier mayoría
absoluta, el control sectario de todos los espacios y los mecanismos del
poder, son su légamo y su escenario perfecto. Naturalmente, si además
media traición y engaño al electorado, es decir, si se obtiene ese poder
en base a un programa que no sólo no se cumple, sino que nunca se tuvo
la menor intención de cumplir, el resultado puede, en puridad,
calificarse de golpe, bien que limitado en el tiempo, con la fecha de
caducidad que marcan los siguientes comicios. Por lo demás, hay una cosa
peor que un golpe militar cuando éste, por las razones que sean,
concuerda con las aspiraciones de la mayoría: uno, militar o civil, que
no concuerda.