lunes 01 de julio de 2013, 16:21h
Alfredo Pérez Rubalcaba haría un buen Sagasta, pero la historia se lo
veda absolutamente: ya hubo uno, le falta un Cánovas y España no está
hoy para ninguno de los dos. Si Rubalcaba tuviera un Cánovas, es decir,
un interlocutor de su altura política, o intelectual, o maniobrera, en
la derecha, podrían ambos, cual hicieron los originales en la anterior
Restauración, fundirse en el mismo personaje, el de cancerbero del
Régimen. Ahora tú, ahora yo, de suerte que el turismo, esa modalidad del
trilerismo de Estado, podría seguir tirando, como antaño, algún tiempo.
Pero no tiene un Cánovas, sino, enfrente, un Rajoy ayuno de toda noción
de estado y de gobierno. Un suicida, políticamente hablando.
Pero dejando a un lado que un suicida no es lo más indicado para
contribuir a que sobreviva nada, y menos un cadáver como lo va siendo
éste Sistema corrupto en el que casi nadie se reconoce, lo cierto es que
Rubalcaba rema contra el tiempo y desfallece ya en su interior, en el
de su partido, en su tarea imposible de encontrar el antagonista
decimonónico que lo completara. España, no hace falta recordarlo, es
decimonónica. Pero a lo que iba, que con las prisas, al químico no se le
ha ocurrido otra cosa que engañarse respecto a Rajoy y coaligarse con
él en la quimera que representa la supervivencia del bipartidismo, y la
gente del PSOE, que ve venir el desastre, ha empezado a pasar
abiertamente de su Sagasta demediado, empezando por Griñán, el
presidente del partido y de su principal bastión territorial, Andalucía.
La situación de España, y principalmente de los españoles, es tan
mala, de tal emergencia en todos los órdenes, que la ciudadanía ya no
quiere saber nada de quienes la han conducido a semejante estado de
postración. Ni de la Monarquía, ni de las instituciones, ni de los
partidos que se han turnado en la labor de llevarla hasta aquí. La
gente, no sólo la de izquierda, pues la devastación ha sido transversal,
siente más necesidad de castigar a los responsables (de ahí la
mayoritaria satisfacción cuando algún pez gordo pisa la cárcel) que de
renovarles su confianza, que ni la tienen ni desearían que fuera
traicionada otra vez. Por eso Rubalcaba, que está fuera del tiempo
porque es Sagasta sin serlo, y sin Cánovas, se ha ido con Rajoy, pues en
el fondo uno y otro se malician que su función, la de gendarmes de las
aspiraciones democráticas, está amortizada.