domingo 30 de junio de 2013, 16:06h
La información
es poder. La transparencia es, al menos, una pequeña defensa para
los ciudadanos. Hagan lo que hagan los que trafican con la
información, los que se convierten en el "Gran Hermano", los que
se apoderan de los secretos más íntimos de cualquier ciudadano en
países democráticos acabarán siendo descubiertos. En las
dictaduras, también, pero pasan tantos años que, muchas veces, el
daño es aún más irreparable.
Primero fue
Julian
Assange, ahora
Edward Snowden,
mañana habrá más. Los Gobiernos no sólo son opacos con sus
actividades ante los ciudadanos que les eligen y les pagan, sino que
se dedican a espiar todo y a todos, incluso a sus aliados, y obtienen
de forma ilegal, sin autorización una información privada, por
medios lícitos e ilícitos, que otorga a unos pocos un poder casi
ilimitado sobre todos los demás.
El escándalo
del espionaje masivo de la Agencia de Seguridad de Estados Unidos
(NSA) a la Unión Europea y a la ONU es el último escándalo. Por
ahora. Los nuevos espías norteamericanos -pero no sólo ellos-
almacenan mensualmente centenares de millones de datos en
comunicaciones telefónicas o por internet que son analizados,
desmenuzados y utilizados. ¿Por quién y para qué? Todo lo que
hacemos, lo que decimos, lo que compramos, nuestras cuentas
bancarias, nuestros correos electrónicos están al alcance de unos
pocos. Y esos pocos son los Gobiernos más poderosos de la tierra:
Pero hay otros que también tienen acceso a esos datos, que pueden
filtrarlos, que pueden venderlos. Para denunciar el delito o para
aprovecharse de él.
Dos cosas
deberían aprender los Gobiernos: no hay secretos posibles, toda la
información que poseen puede ser descubierta por algunos y
transmitida a cualquiera. Pero además, que la información es de los
ciudadanos, no de sus gobernantes y que aquellos son los únicos que
tienen ese derecho de forma legal. Sólo la transparencia evitará el
rentable y peligrosos comercio de los datos. Se acabó la impunidad,
el uso indebido de informaciones, la ocultación de todo lo que se
hace ilegalmente. Están al descubierto. Pero como también lo
estamos nosotros, que cedemos casi toda nuestra información,
debemos exigir que ese uso de la información esté adecuadamente
regulado.
Internet ha
cambiado todas nuestras normas. Los más jóvenes cuelgan en la red
informaciones, fotografías, datos que quedan ahí para siempre. Tal
vez mañana se arrepientan sin remedio. Como no hay marcha atrás,
habrá que regular este asunto sin permitir que siga predominando la
cultura de la opacidad frente a la de la transparencia, pero donde
los derechos individuales, el derecho a la intimidad y al honor sigan
siendo defendidos. Nos han puesto frente a un espejo que registra
todo lo que hacemos y lo pone al alcance de casi todos. La privacidad
ha muerto. Los amigos nos espían y los enemigos nos desnudan y nos
exhiben. Hay que abrir un debate sobre las ventajas y los límites de
este Gran Hermano instalado definitivamente entre nosotros.