viernes 28 de junio de 2013, 16:26h
Tampoco es tan raro que un partido cuyas
contabilidades y finanzas han estado en manos de un Luís Bárcenas
durante más de 20 años llevara donde llevó, a la ruina, las Cajas de
Ahorro bajo su control, y, si las cosas siguen así, al país entero.
Aunque los incondicionales del PP pretendan colar de matute la idea de
que Bárcenas es, simplemente, una manzana podrida en un cesto de fruta
inmaculada, un tipo que salió rana, lo cierto es que el partido de Rajoy
podía haber elegido para los cargos de gerente y tesorero, sin más, a
una persona honrada. También podía haber puesto en Caja Madrid a alguien
que no fuera Blesa, y en Bankia a alguien que no fuera Rato, y en el
ministerio de Economía a alguien que no fuera De Guindos.
Mientras Bárcenas, finalmente a buen recaudo, tira o no tira de la
manta destapando no sus pies, que ya sabemos por dónde andaban, sino
los de sus beneficiarios, y el oscuro mundo de donaciones, sobres,
comisiones, mordidas y finiquitos diferidos que apenas hemos empezado a
vislumbrar, se puede, en el ínterin, reflexionar e indagar sobre la
compleja relación entre el partido que gobierna y el dinero, no tan
compleja en realidad. Le gusta. Le gusta mucho. Bárcenas ideó una
manera, que ojalá nos la cuente en detalle, de pillar casi 50 millones
de euros mientras llevaba las cuentas del PP, Blesa organizó el desvío
masivo de los ahorros de la gente a los bolsillos de Caja Madrid, que
estaban temblando, Rato tiró para adelante con esa moto sin ruedas y sin
carburador, y De Guindos, que tras el MOU todavía osa presentarse en
público, se inventó lo de la "quita", que viene de quitar, a los ahorros
y los patrimonios de las personas decentes, y, habiéndole cogido el
gusto, ya no ha parado hasta quitárselos todos.
Dicen los afectos que el PP respira aliviado tras la detención y
encarcelamiento preventivo de Luís Bárcenas. Yo no respiraría tanto. Ni
tan aliviado. La Justicia, que parece haber reparado firmemente en la
idea de que también hay que sentar la mano a quien manga mucho, es
decir, no sólo a las criaturas del arroyo, está embalada, y puede
aficionarse y perseverar en esa función que la sociedad desesperada,
desamparada, estafada, hastiada, indignada, le reclama a gritos.