domingo 23 de junio de 2013, 11:22h
Aquí nadie escarmienta y cita tras cita europea nuestros políticos nos
venden que está en juego una parte del futuro y que las cosas están
cambiando para mejor: que nuestro país genera más confianza, que ya no
vamos a necesitar más rescate bancario, que el principio del fin de la
crisis ha comenzado, que es bueno y hasta muy bueno el dar una imagen de
unidad política entre las dos grandes formaciones del panorama
público...y así hasta mil, hasta que cada uno se canse de escuchar las
mismas frases que a nada conducen.
La reunión del Ecofin ha sido un desastre por la misma razón de siempre,
la postura de Alemania, que no va a cambiar en nada hasta que no pasen
sus elecciones generales en otoño. Y ya veremos en que cambian. A lo
mejor nos hacen un favor a todos y a ellos mismos y se marchan del euro
como único camino para que la moneda única sobreviva, que a este paso su
mantenimiento político va a acabar con los ciudadanos a los que se les
vendió que era un paso trascendental para su bienestar futuro. No ha
sido así pero los dirigentes de los países que integran la llamada zona
euro se resisten a colocar a la sociedad y a las personas por delante y
por encima de la moneda, como si la persistencia en el error
fundacional, con países que tenían muy poco en común en cuanto a
desarrollo y modelo económico y sobre todo fiscal, fuera una especie de
salvavidas al que agarrarse en medio de una tormenta perfecta como la
que llevamos soportando desde 2008.
En este escenario y en el que se montará a finales de mes en la nueva
cumbre europea de jefes de estado y de gobierno, la reunión entre
Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba sólo ha servido - como era de
esperar- para uso interno. Ha sido y es un intento de salvar el
bipartidismo en el que estamos instalados desde el año 1982 y que llegó a
su máximo esplendor en 2008 cuando entre el Partido Socialista y el
Partido Popular acapararon el 90 por ciento de los escaños del Congreso
tras conseguir en las urnas el 83 por ciento de los votos, con una
participación del 75, 32 por ciento de los españoles con derecho a
voto.
De los 350 escaños los socialistas consiguieron 169 y los populares 154
dejando para el resto de los grupos de la Camara apenas 27 asientos. El
casi 45 % obtenido en las urnas por el PSOE y el casi 40% del PP
simbolizaron la mayor apuesta de los españoles por el llamado "voto
útil" entre la izquierda y la derecha en los inicios de una crisis que
empezaba a notarse en todos los bolsillos pero que aún no había llegado a
los límites del miedo y la decepción de tres años más tarde. En el
2008, junto al bipartidismo, la mayoría de los ciudadanos apostó por dar
una oportunidad al partido que estaba en el gobierno, el de José Luis
Rodríguez Zapatero. En 2011 las expectativas cambiaron, aparecieron y
crecieron nuevas fuerzas, como UPyD o Izquierda Unida, y si bien el
bipartidismo como tal se mantuvo en 296 escaños para los dos grandes, la
caída en picado de la oferta socialista encabezada por Rubalcaba abrió
la puerta a lo que ha pasado en el año y medio siguiente.
Hoy, con los últimos sondeos en la mano, el voto directo de PP y PSOE no
llega al 20 por ciento y la proyección en votos electorales les dejaría
en apenas un 62 por ciento mientras que Izquierda Unida y UPyD
doblarían sus resultados. Si en los dos años que quedan para las
elecciones generales se mantiene esa tendencia el bipartidismo que ha
regido nuestra democracia desde sus inicios y para el que fue concebido
el sistema electoral, con su reparto de circunscripciones y escaños en
base a la Ley D'Hont, habrá muerto. Y eso no les interesa ni a Rajoy, ni
a Rubalcaba, ni al resto de sus colegas europeos por encima de sus
diferencias ideológicas. Lo que esta en juego en medio de la crisis son
los equilibrios estructurales de cada uno de los países europeos, unos
equilibrios que pueden cuarteares y romperse si aparecen nuevas fuerzas y
se atomiza la representación ciudadana hasta hacerse ingobernable con
las actuales normas y esquemas de poder.
El desencanto, el miedo y la falta de alternativas creíbles están
haciendo de barrera de contención ante la indignación y el malestar
ciudadano. Pero todo tiene un límite y nuestra democracia basada en la
representación política de la sociedad a través de la existencia de los
partidos y las votaciones en las urnas cada cuatro años hace aguas
debido a la burocratización de las organizaciones y a la esclerosis del
sistema que se resiste a evolucionar por el egoísmo y los intereses
particulares de los representantes públicos, constituidos en casta
elitista que defiende unos privilegios exagerados y que se ha unido de
forma simbiótica con los poderes financieros y económicos, al margen y
por encima del resto de la sociedad.
Es en ese escenario en el que hay que ver y analizar el brusco cambio de
actitud de Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba. Su pretendida unión
para Europa en solitario -por más que ofrezcan al resto de partidos que
se sumen a una iniciativa que han "cocinado" en el mayor de los
secretos y con la ayuda de José Luis Ayllon y José Enrique Serrano - no
se ha plasmado, ni lo va a hacer en los temas fundamentales de la
educación, la sanidad, las pensiones, la reforma laboral o la reforma
administrativa del estado. En esos temas quienes dictan el qué, el cómo y
el cuándo son el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario y la
Comisión, todos ellos " obedientes" a lo que se piensa y se decide en
Berlín.